28 de febrero de 2007

Memoria segunda

Esta mañana empieza lluvia de noche, viento de noche, persianas golpeándose y un frío de hombros, solucionable solo si hundido en la cama desaparezco a la luz, tu luz querido hermano sol.

Continua esquina intersección de dos líneas de colectivos, ninguna pasa, la lluvia si. Hay dos chicas sin paraguas y el mío es demasiado chico. Mi zapato marrón izquierdo esta descosido y bajo el pantalón marrón tengo otro negro; no es por cábala, tengo frío.

En el bondi subió un pantalón verde que me gustó mucho. Ella dice que si verde todo mejor, que use verde. Cuando toco esa camisa, cuando el saco, el suéter, la piedra de nuestra medalla, todo verde. Se que así debe ser, que verde es el color, como la mesa para la cocina: verde. Verde las manchas del jean que le robe a Pablo Mazza (ya no se lo puedo devolver así). Verdes las manchas de mis manos pintura, verdes los mocos que hace diez días me abandonan sin parar, sin poder detenerse, compulsivamente huyen de mi. Diamond dice que esta bien, que es la antidieta, que libero toxinas. Debe ser cierto, me siento mejor. Más flaco, cada vez más flaco, creer o reventar.

Antes de llegar a la oficina pensaba escribir tu historia y la mía como si fuera la nuestra. Hacer de cuenta que vos si me queres, que me extrañas, (mi sub me dicta: hacer de cuenta que vos si sabes que me queres, que vos si sabes que me extrañas). Escribirla como una forma de no decirte todo lo que siento. Ayer hablamos por telefoneo y cuando te dije que te quería...vos me dijiste "Si". ¿Que carajo quiere decir "Si"? ¿"Si" yo también? ¿"Si" ya lo se? ¿"Si" que le voy a hacer? ¿"Si" bueno? ¿¿¿¿"SI, QUE????

Entonces decidí escribir una historia como me gustaría que fuera. Y no creas, no me quejo por lo lenta, es mas, eso me gusta. Me jode la falta de complicidad. Me dejas explícitamente solo cuando de demostrar se trata, mala política, rubia, mala política. No te pido saltos y carteles luminosos, demasiado seria demasiado. Complicidad te pido, che, complicidad.

¿Como armar una historia con tu silencio tan bien ubicado, siempre en el mismo miedo, al costado de la misma inseguridad, amarrado a tus palabras, a tus besos, a tus abrazos, amor; sin dejar que algo nuevo no planeado suceda?

Pero desde que me fui algo nuevo pasó: me convertí en un mago por vos; me metí con las fuerzas del universo para conquistarte. Telépata, telequinesico, quiromante, budista, saltimbanqui y cretino, todo con tal de despertar esas nuestras maravillas. Buscando encontrarte hasta enfrente mi destino. Con tal de tenerte, sin darme cuenta, enceguecido por los acontecimientos, sobrepasado por las circunstancias...hasta enfrenté mi destino.

De una vez, de un salto abismal, como el agua del I Ching, sin dudarlo deje de lado mi querida inercia de toda la vida. Mirándote a vos lo hice. Por vos di este vuelco-vuelo a mi vida. Si hubiera estado mirando hacia adelante hubiera esquivado sabiamente este presente, pero te estaba mirando a vos.

Y ahora aquí estoy. A miles de kilómetros de mi Buenos Aires querido... y de ella.

Yo quería una casa vieja, ella también. Irnos a viajar, comprar miel de la buena, salir a comer. Una estufa a leña, un techo de vidrio, un banco de plaza, un gato azul. Me hacían falta tantas cosas pequeñas, suaves y mágicas. Le hacían falta tantas cosas pequeñas, suaves y mágicas... y yo tenía tan poco entre las manos...

Me dije: una casa por más vieja exige plata. Viajar por más dedo que se haga, plata. Para la estufa o por lo menos para la leña... (ya saben) y así sin darme cuenta, como en los cuentos, fui en busca del Dragón.

Y aquí estoy en un extraño país.

Ha pasado el tiempo.

Ya no estoy aquí por ella.

Cuando le dije que la quería:

Ella dijo "SI".

Por estos reinos, los dragones,

se derrotan en cuotas.

Dentro de poco vuelvo y voy a verla, no se como será. A lo mejor ya tiene algo que agregar a su "SI". Desde este lunes no alcanzo a ver el futuro.

Pero seguramente me recibirá llena de pequeñas cosas, suaves y mágicas, (al fin me di cuenta que de esas siempre conseguimos, ella o yo.)

Le daré las que recogí para ella en este viaje...

y tal vez,

solo tal vez

rayito de sol,

tensión ínfima,

me animare a preguntarte

si

no te son suficientes ya

las

pequeñas cosas y desharé por fin la mochila que me pesa tanto y que siempre supe por vos.

24 de febrero de 2007

Miramar

Desde la niñez hasta los veinte años veraneábamos con toda la familia en las playas de Miramar. Durante los buenos años del principio nos quedábamos con mamá y Geno toda la temporada, pero el país, los viejos más viejos, nosotros más independientes hicieron que se fuera acortando el tiempo de familia de descanso hasta solo un mes, el de enero.

Miramar eran los días de recién llegar, de limpiar la bici guardada todo el año y caminar hasta la bicicleteria a inflar las ruedas. ¡Que lejos me parecía todo si no tenia la bici! La trataba como un jinete a su caballo, era mi bici, diferente siempre de las otras, mi bici.

La casa olía a encierro a pesar de que los Puente, los caseros, la tuvieran ventilando días antes. La casa olía a ella misma. Ese olor que se mezclaba con los nuestros, los que traíamos y que cambiábamos a medida que crecíamos. Olor a sal que venia del mar pegada en la piel, a la humedad que subía por las paredes lentamente, año tras año; a la madera de las persianas verdes, al pasto del jardín recién cortado. Olor a las ciruelas cayendo maduras en el fondo, a la leña quemada del resto de los asados, a los abrazos interminables de Geno, a la hora de la cena saliendo de la cocina, a la noche que podíamos ver de frente y a sus estrellas, libres, libres al fin de lo encerrados que estábamos todo el año en el departamento.

El primer mar, las risas de todos corriendo a tocar el agua, la carpa de siempre donde dejábamos la ropa, los diarios, los juguetes y toda la vianda de comida que nos iría sosteniendo sin tener que ir al bar siempre fuera de presupuesto para familia de seis hermanos y papá de visita los fines de semana.

Si llegábamos los últimos de diciembre éramos los primeros de enero, las casas todavía vacías, la playa enorme pero pocos amigos, todo estaba en su lugar pero no era lo que queríamos, faltaban los demás que llegaban mientras comprábamos las medialunas de “La Capital”, esperábamos turno en la bicicleteria o nos iban tapando los ojos en la playa para que adivináramos quien, después de un año, los abrazos y los primeros baños.

Recordar todo esto me emociona. Hay una clara parte de lo que soy hoy que nació ahí. Vivo en un pueblo de verano, pero lo hago todo el año y soy yo ahora quien ve ir y venir a los turistas. Yo comprendo muy bien la cara de los que están por irse. A mi me hacia muy mal, muy mal volver a Buenos Aires. Dejar Miramar me partió el corazón cada vez y llegar al departamento después de un viaje de frenadas y nervios me lo volvía romper. El desconcierto que siento siempre nunca estuvo más presente que en esos momentos. Intenté hacerme adulto y comprender ese dolor de abandonar lo bueno pero no lo he logrado. Cuando veo a los chicos llorando por tener que dejar el paraíso del rió y el sol, les juro que lloraría con ellos porque yo tampoco entiendo el sacrificio de la ciudad y sus trabajos trampa.

Mis mejores recuerdos, los de la infinita infancia, están bañados de calor de piel, de juegos bajo un árbol, del primer amor de Dora y yo perdidos en la soledad de nosotros mismos llenos de arena y desnudos intentando entrar en el otro lo máximo posible. Mis hermanos viven para siempre en esos recuerdos y los viejos nunca estuvieron mas cerca que en esos días donde la playa nos juntaba sin que nos diéramos cuenta, observándonos de lejos mientras cada uno disfrutaba a su manera.

Será que estoy tan lejos. Será y ¿Por qué será que armé la vida tan lejos de todos? Se me aparecen los vientos como excusa, las hojas de los días que se amontonan en algunos rincones, la política, la economía, el deseo enorme de conocer el mundo. Me fui sin nunca mirar atrás contando con que lo dejado no desaparecería pero hoy el pasado se me deshace y la vida sigue su ciclo.

Al fin solo queda el viejo ciruelo del fondo, el que esta al lado de la parrilla, con su exacto momento para la dulzura… sin que se pueda evitar en algún segundo el ínfimo cabo se desprenderá y pase lo que pase habrá tierra para nosotros, en ese segundo me daré cuenta: solo fui una semilla, será tarde y me preguntaré ¿confundido una vez mas? si todo esto que he llamado vida habrá transcurrido apenas, tan a penas, entre la rama y el suelo.

23 de febrero de 2007

Mi amor

Se acordó de ella. Siempre se acordó de ella si era de noche y era lámpara echando luz todavía sobre el techo. Se imaginó así como estaba, apoyado en la pared de su lado de la cama, sin ganas para otro cigarrillo; entonces sí venía ella; entonces ya no había nada que hacer, ahora ella en un cine de Colegiales hablándole bajito entre los chistidos, orejita que se calienta, aliento húmedo, palabras apenas, paladar de pared rugoso contra mi lengua.

Después las ganas de fumar otra vez, el intento de huída buscando fósforos y predisponiendo ceniceros en la calma del cuarto; pero al cerrar los ojos, de vuelta el camino largo y pegaditos, deletreando tu cadera que grita maúlla en mi mano, mano que no detiene, hotel que te dejan entrar, sin preguntar qué hacen diecisiete años allí entre mis labios, lamiendo peces que te hacen gritar ahora sí, que se te enroscan si tiro suavemente, suavemente claro, aunque nunca te duela así me agarre garra, así me suspenda aferrado a tu humedad sobre el abismo. Siempre me acuerdo, aunque ahora no tenga sentido, el tiempo que ha pasado, parece mentira che que tanto.

Ahora está este cuarto donde no estuviste nunca, donde nada huele a pelo mojado, a chicle recién escupido, a vos. Por suerte me basta abrirlos, dejar que se llenen de fotos de los chicos bajo el vidrio de la mesita de luz. No hay donde puedas sorprenderme si la corbata está sobre el traje; si la valija y todo listo para mañana la oficina. Aunque a veces recordar sea dulce y excitante está su respiración que sube y baja siempre cerca mío; camisón de seda no va a entender este insomnio (quetepasa-queridotomate-vasitodeagua) tal vez hasta se dé vuelta sin imaginar nada, aunque tiene un olfato especial. Es capaz de armar un escándalo si te sospecha en mis ojos, aunque no sepa que exististe siquiera, pero te presiente gata enroscada, inundando mi vientre de pozos y succiones, rodeando de saliva la diferencia between us, amándote primero vos misma, amándome después, como solo podías concebir la palabra.

Palabra, nada era menos parecido a una palabra si vos me abrazabas desnuda con frío y yo no entendía por qué este amor para mí, demasiado grande, demasiado pre-pecado original para mí, que apenas sospechaba eso de la soledad como camino cuando vos ya estabas torturándote espontáneamente con Rilke y Hesse.

Si hasta yo sé que tuve miedo, que fue por miedo que lo único que hice fue llorar cuando te pusiste la boina de ese otro tipo y fumaste marihuana mientras yo discurseaba en el espejo. Si hasta desde mi miedo creí entender tus ojos lunares que se despiden después de haber intentado inútilmente iluminarme. Iluminar a un pelotudo que se creía bohemio por bachillerato nocturno y súbitas poesías al lado del cortado sin azúcar. Fue por miedo que traté de creer que te ibas de turra nomás, que entonces nunca me habías querido tanto como decías; sin entender, puta, sin siquiera imaginar que en esos días hubieras dado la vida por poder encontrar algo de mí, en ese otro lado en el que vos vivías desde siempre. Encontrarme, aunque sea solo en una oreja o en un cachito de piel del hombro por donde poder agarrarme y meterme de un tirón o despertarme. Nunca me di cuenta de que era yo el que me había hecho invisible, intangible; yo, el que siguió derecho cuando todo era curva, curva hacía la izquierda, hacia uno mismo, hacia tus ojos y tu boca que ya no podía alcanzar desde la oficina y colegio nocturno y la mentira entrándome con anzuelo y todo.

Pero no todo está perdido, aunque me hubiera casado con señorita amiga de la familia, que no me deja besarla ahí donde huele a farmacia por miedo a que se lo cuente a mi hermana. Tal vez pueda sacarme toda esta mierda de jefe nueve a cinco; esta seguridad de molde y deber cumplido. Aunque hayan pasado mil años frenar, tal vez volver, retomar un poco aquellos días donde me quedé y rescatarme y encontrarme conmigo otra vez, que está todo tan vacío, que me siento tan mal, tan boludo...

... y no sé por qué esta vez la melancolía no desembocó en el sueño tardío de antes siempre. Emocionado me supe diferente; hasta gocé temblando al sacarme el miedo de encima; al buscar tu teléfono o tu dirección en las agendas (esas que pintabas con crayón y llenabas de boletos). Al jugar con la posibilidad de mandar todo al carajo y divertirme imaginando a mamá consolando a mi mujer con que es la crisis de los cuarenta, que ya se me va a pasar. Respirar un poco de aquel aire paseando por plaza Francia y encontrarme algunos chicos del colegio con el pelo todavía largo y libre, hasta uno con un arito. Estaba excitado como un pendejo con la posibilidad de encontrarnos (lo creía tan fácil ahora), tal vez detrás de un sombrero o un giro o un espejo.

Fue difícil seguirte el rastro a través de las mil mudanzas ¿porque te habrás mudado tanto? Intentar algunos paseos por el barrio que hace tanto, ir descubriendo lo falso que es todo en mí desde que te fuiste; seguir en el Café Literario o en el Tortoni, buscarte. Caminar por entre los que te dejaron de ver y sentir que a cada segundo necesitaba más tus manos, tu aliento. Ni siquiera se me ocurrió la posibilidad de no encontrarte, tarde o temprano, en alguna esquina (qué estúpido, si estuve dentro tuyo tantas veces, dar la vida ahora); ni por un segundo imaginé y a cada paso me llenaba más de fuerza, qué importa tanto tiempo quieto, qué importa si puedo volver y encontrarme con ese tipo barbudo y psicólogo que se me queda mirando cuando le digo tu nombre. Ese tipo que se pone verde y mustio, y me invita una taza de té antes de pedirme que no te busque más, que es inútil, que no sé qué historia de que a vos te torturaban justo antes que a él y que un día ya no escucho tus gritos y después alguien le dijo que...

Gelatinas

Siempre lo mismo, a pesar de mi mismo, coagulado por las circunstancias de las gentes frotándose en este agujero. Se acerca un hombre, mira lo que estoy escribiendo y aprovechando un descuido se sienta en mi computadora y continúa el relato con frases grotescas. Lo hace disimuladamente y se va, esta esperando a que vuelva para reírse de mi cara. Lo hace sin maldad o al menos con la maldad que ya es considerada normal por estos lados. Sus gestos son repetitivos y su manera de acercarse es siempre la misma, y no es un mal tipo, solo que no es un tipo interesante a menos que este pensando en lo que mas le importa en la vida, o sea cantando y pobre en este sitio se canta poco y el se atreve poco a contradecir estas costumbres. Costumbres de este lugar, una mierda laberíntica, un estrecho pasillo donde uno se roza con los centímetros cuadrados que el otro esta dispuesto a defender.

Al entrar al edificio se pueden ver los pequeños espacios que el portero guarda para si. Un montoncito allí donde quedan tiradas las cartas y los mensajes, otro poco en los jardines del fondo, en las escaleras y los corredores; su lugar de poder es la portería y el sótano, allí todo es él, no se entra ni se polemiza sin su presencia. Como verán es un tipo sin muchos reinos y bastante generoso, guarda para si aquello que le resulta indispensable para defenderse de esta ciudad que vive arriba suyo, atestada de sujetos que al menor desequilibrio de la estructura salen corriendo armados con sus influencias o sus propinas y bajan a encerrarlo entre dientes y promesas de despido, cabildeos de escalera que el ascensor no funciona.

Un día al saludarme en vez del chau o el hasta luego, puso sus mano derecha palma para arriba esperando que la golpeará con la mía, a la manera de los jugadores de básquet-ball o los beisbolistas, lo hice y desde ese día nos saludamos así, en cualquier lado, a cualquier hora y con cualquier publico, avanzamos el uno hacia el otro casi sin mirarnos, pensando que el otro no va vernos o va a olvidarse, pero de pronto una de las dos manos se levanta, el pega un grito y el aplauso en su mano golpea en la mía. Martín se llama, por las noches es acomodador de un teatro de la misma calle, de día camina como yo por este laberinto, sin levantar la vista. Cuando nos cruzamos hacemos ruido y nos tocamos, solo para estar seguros.

No es el único de los habitantes que me rozan y que rozo, claro, es uno de los mas amables esta dicho. Además están los abogados de mi mismo piso, los de la salinera justo al lado y los recién mudados del sexto C. Ellos son mi universo más cercano, con ellos charlé en el palier que compartimos, inclusive nos juntamos para pintarlo. Se podría decir que ellos me conocen y yo los conozco, de todas maneras no sé nada de sus días fuera del agujero. A los otros, los de los ascensores o la puerta de entrada, los adivino por los pedazos de conversaciones que alcanzo a escuchar, por el olor que traen de los almuerzos, por las miradas furtivas, por las panzas o los tics, por lo bañados o no por las mañanas, por la forma en que transpiran el día que yo transpiro con ellos unos pisos mas arriba o mas abajo. Hay varios abogados, muchas agencias de turismo. Los abogados porque enfrente hay un juzgado, las agencias por que estamos en el centro de la ciudad, supongo.

No sé porque llego hasta aquí todos los días. Depende de quien me este escuchando, a lo mejor para muchos tengo algunas respuestas. Si fueras un policía parado en la puerta de abajo y me exigieras las razones para entrar, yo le diría que soy socio gerente de la productora musical del sexto A. Si fueses inspector de impuestos, que vengo a saludar al portero, siempre que estuvieses en la puerta de abajo, porque si estas en la de arriba te diría algo parecido que al policía pero con menos cara de circunstancia.

Pero el tema es que eso que soy no es la razón de porque vengo todos los días. No soy eso que hago todos los días. No quiero serlo. Me siento como una gelatina aún líquida en la heladera, dispuesta para la lucha pero solidificándome.

Todo esto que estoy contando son manotazos, estertores de una gelatina de manzana verde que va llegando inexorablemente a el mejor punto del desmolde.

También hay pelados que bueno bueno.

No hay mucho que pensar cuando uno esta perdiendo pelos, a lo sumo confesar inútilmente lo que ya todos notan: me estoy quedando pelado. Sonará extraño el paralelismo que encuentro entre este detalle y una escalera, pero aquí postulo que en este recorrido vital subir escaleras me resulta igual de inevitable que la calvicie. No tengo nada que hacer al respecto, aunque algunos no resueltos opinen que con masajes y fricciones.

Anclado en la soledad inherente a todo escalón me deja sin opciones: las escaleras me obligan. Lo mío es subir e inevitablemente esa escalera pasara a ser parte de mi vida y un día, algún día, volveré a pasar por ella, a menos que no encuentre otra salida que el típico ascensor, ese invento taciturno y cobarde, que para mas tentación, además tiene espejo.

Algo en mi se esta desnudando a nivel capilar. Lo tomo como un efecto inesperado de esta pulsión a treparlo todo. La vida que me interesa parece estar esperándome al final de una trabajosa escalera. El futuro, para no ir más lejos, se encuentra solo si nos atrevemos a descartar el conocido peldaño anterior, también llamado “el presente” por algunos pomposos poetas y otros tipos de idealistas.

Los que la van de melenudos sostienen que el final de la vida se encuentra según uno baja, como si la muerte quedara en el triste fondo de un pozo. Discrepo con pruebas a la vista: solo una poderosa flexión nos transportará hacía lo por venir, es decir creo que al futuro se arriba, no se abaja.

De todas maneras no desespero por esto. Son esos mismos lo que exigen que la vida los vaya evolucionando ni bien se caen del parto. Se la pasan preguntando que pasa con este suelo que no arranca y forman clubes sociales para criticar el estado de las cosas. Lo que mas me duele, lo que no puedo digerir de la lógica divina, es que generalmente sea precisamente a esa gente a las que no se le cae el pelo. Ellos jamás se permitirían sufrir estos calambres existenciales y supongo que será por eso que las escaleras les son tan indiferentes. Con tanto pelo debe resultarles normal esas vidas de planta baja que llevan.

Se lavan y se peinan y lo hacen sin ningún asombro, sin ninguna reverencia previa. A sus maravillosas cabelleras ignoran, las ningunean como si el poseerlas fuera algo evidente... ¡hasta las he visto ser vilmente despreciadas!

Esos insensatos pelilargos trenzan con caprichosos y despreocupados argumentos a medusas que desatadas de sus moños... ya quisiera verlos yo. Sin atreverse a tomar una decisión van con sus peinados a cuestas pero ajenos a esos colores inverosímiles, a esos pelos fuertes como cordones instalados en sus cráneos hostiles. En el caso poco común de que se enrolen en la trepada de una escalera, algo les sonará mal, como si siempre estuvieran a punto de pisar un escalón falso. Sumado esto a que el subir debilita las raíces, se entiende su fobia a las trepadas hacía planos superiores.

Será porque se me fueron que amo esos increíbles bancos coraleros y sufro al verlos tristemente aferrados a esos arrecifes Usadores de Champúes a La Moda. No disfrutan de esos embriagantes enjuagues de deliciosos olores que ya sabores deberían ser. Esos néctares debíeran más bien beberse enredados en glúteas y jóvenes melenas. Ahí se los ve sentarse a contar sus viejas derrotas, solo aprendieron a caerse rodando con sus olores a medias cortas, con sus rodetes mustios, sin saber, sin siquiera sospechar que mas arriba todo es agua de rosa, queratina, aloe-vera, amalga amadas algas marinas, esencias de hierba, de paraíso, de manzana ofrecida.

Estaría de más, y es por eso que lo hago, declarar que son una raza aparte... aparte de mí por lo menos.

Que quede bien claro: fuera de mi crítica se encuentran los comunes, los mediocres, los apenas. Odio aquel extremo y pertenezco a este otro; ¿que hay en medio? bueno, gentes que se peinan, juntan caspa y que se mueren un rato antes de que les deje de crecer la porra, nunca han subido, nunca han bajado, ni son melenudos pedantes ni pelados subiendo una escalera...

Yo voy dejando la vida a mechones, voy ganando nuevos aspectos a medida que soy abandonado por esos que tanto amo. Reconozco que mi escalera más parece una peluquería al final del día que la escala de un labriego. No soy labriego...soy...me estoy quedando...ya saben...

Será por eso que no se encariñan conmigo mis tenues y quebradizos piolines, será por eso que, por más que lo he intentado, no he podido seducir a unas Escalera-Mecánico-Vividoras que yo conozco. Ellas tienen por incomodas sus capilares maravillas, y yo al estar acostumbrado a perderlas he aprendido a despedirlas casi sin ceremonias, fortaleciéndome de hecho. Es bien claro que ellas repentinamente privadas de sus pilosidades morirían, en cambio yo, que vengo subiendo penosamente la cuesta, en su misma situación, hago una pequeña celebración interna cada vez que me acerco ¡por fin! a la culminación de este largo adiós, de este camino monacal, ya no mas vida de guerrero, nada mas que defender...¡una fiesta!

Pero es injusto que se vayan, no lo nieguen, sea este un lamento estertóreo de quien ya lo ha perdido casi todo. A pesar de sus desplantes podría perdonarlos aguardando su vuelta como si de hijos pródigos se tratara, podría abrigarlos del terrible frío sufrido en vaya uno a saber que mosaicos helados, esos largos y lánguidos seres cabellos, entes tan vivos como moluscos, como tormentas, hechos tan a imagen y semejanza como las uñas y los huevos, únicos, irrepetibles, individuos que merecen ser tratados así, individualmente, cada uno por su nombre, por su gusto cada uno, con su brillo y su lugar.

De todas maneras atesoro la sospecha (y con ella me consuelo) que de tener frondosos mechones me convertiría en uno de ellos, con sus tristes mohines, con su temor a subir, con su afición a lo mecánico, con sus un poquito mas resguardadas calaveras, con sus peines mas usados, con su cantidad de tiempo frente al espejo, sus quejas vanas y su tanto mas descontento ya que sus muchos mas pelos son un signo inequívoco, un algo que los define, y que en el escalón final nos diferenciará por ultima vez...ya que bastan un par de meses para que el viento secreto que recorre las tumbas se lleve lo mucho o lo poco, termines donde hayas terminado en la escalera, haya sido con tu frondosa testa o mis cuatro pelos locos.

18 de febrero de 2007

La herencia del abuelo

A mi viejo le gustaban las cosas viejas. Cuando se murió había un montón, una montaña que si la hubiéramos dejado crecer habría tapado gran parte del patio. Pero en lugar de ese promontorio, obligado por mamá, papá había decorado primorosamente cada pared, cada rincón, cada altura, repecho y repisa.

Cada espacio estaba cubierto por una especie de antigüedad, que aparte de su volumen, color, textura y tierra acumulada, cargaba con una historia. Estas reseñas tenían varias partes ciertas y otras muchas inventadas; a veces las de como la había conseguido, otras las que había supuesto sobre su pasado y algunas una tesis llena de opiniones de a retazos sobre que podía ser semejante engendro indescifrable pero deseado y construido por alguien del que no hay mas recuerdo que este supuesto festonillador de caireles, afredor de silbatos o posible (y práctico) buloteador de llantos.

Cuando murió papa aún éramos cinco hermanos. Alrededor del cajón nos miramos. Repartimos sus cosas era como repartirnos sus cenizas. Sus cenizas. El dejo expresamente encargado que lo cremáramos y que hiciéramos con sus cenizas lo que se nos cantara el orto, según sus precisas palabras.

Hay estaba el problema. Cuando el viejo te dejaba hacer lo que quisieras era como si te empujara a un abismo, a tu propio abismo, y no quedaba otra que enroscarse en la interpretación, búsqueda y solución sincera de lo que realmente creías que se debía hacer.

Las veces que intentabas saltar este proceso y le decías cualquier cosa para sacarte de encima el problema, el te miraba un segundo a los ojos, movía imperceptiblemente la cabeza y decía “-Bueno, como vos quieras”, y uno se quedaba rebotando.

Rebotando desde la infancia hasta la adolescencia, rebotando hasta la adultez. “-Hacer lo que puedas solo te lleva hasta donde puedas, en cambio hacer lo que quieras te lleva ahí donde están tus sueños”, “Ningún viento es favorable para el que no sabe donde va”, “Toda verdad es solo una versión”

Hasta que comprendí la dulce alegría que se siente cuando uno sintoniza con su alma no pude entender a que se refería cuando después de los asados se tiraba en su sillón, sonreía mirándonos y nos soltaba frases como esas.

Uno de mis hijos dice que podríamos ser ricos, que las cosas del abuelo valen mucho ahora, que las vendamos de una vez.

Va a tener que esperar y cuando le llegue su turno decidir que hacer, porque yo, ahora que sé que cada uno tiene su camino, no pienso dejarle nada dicho.

14 de febrero de 2007

Un día malo sin dudas

La tristeza de una soledad no deseada, esa, la que es un poco pegajosa, de la que no se es conciente, como un murmullo que por constante creemos que desaparece, esa de cuando las rutinas nos empiezan a hablar.

Un rumor en el estomago, algo por hacer siempre, siempre tenemos algo por hacer, no sea cuestión de que nos demos cuenta. La soledad esta llena de nosotros mismos.

Estar en esta isla no es malo. Es una isla a la deriva a la que de vez en cuando llega alguien. Ese alguien siempre es un espejo que nos muestra los cambios. Su isla no es mi isla y la mía no es la suya. La conjunción de las dos nos da un ámbito que para ambos es ajeno... y echamos de menos el nuestro.

Formar pareja fue siempre algo muy arduo. En esta tercera soledad no es nada. No lo estoy buscando, no ocupa ningún lugar. Ya casi he llegado al no deseo, ese es mi objetivo. Voy a ser feliz, suceda o no.

Esto sucede frente al espejo mientras me afeito, también en la deriva de la llegada nocturna entre los caprichos que satisfaré. Sucede alrededor de la cama donde no llego nunca, entre la ropa que no cuelgo y los platos que lavo de vez en cuando. Es parte de las cartas que escribo y es el costado amargo de cuando estoy contento. Con la presencia de la ausencia cohabito.

No tiene la forma de nada

No tiene la forma de nada. Solo podría describirlo por comparación: diría que es como un, pero con la punta parecida a.

Lo cierto es que tiene mango. Que es de color plateado sin cromar. Que ya fue golpeado.

Podría decir, sin embargo no dibujadiría con esto nada que pudiera realmente asírnoslo siquiera un poco.

Obviamente no se que nombre le dieron, pero si se que ese nombre esta oculto en alguna tarde de este barrio. Digo que nació a partir de una repentina e impostergable necesidad que lo ya conocido no alcanzaba a cubrir. Digo que fue exigido desde un obstáculo singular. Que fue creado desde un estudio por lo menos táctico, de una teoría, de un a priori. Digo que vino desde la nada hasta el invento montado en un trastabillar de pasos específicos a seguir.

Una singular herramienta hecha de objetos amontotirados detrás de la morsa, rinconeados bajo facturas viejas. Objeto busco buceado en montañoncitos de alambre, cachitos de plástico, tarritos de yogurt atierrados, brillos de falsos cobres, monedas de nada.

Pero sin duda nada casual: este objeto ha sido hallado después de una larga imperiosidad, hallalhajado con innumerables pruebas de sudor, fallas de amianto, recortes de sillón, de banquito, de mate, de mirada que ya te voy a terminar, joeputa, joedor, joder, jolines.

Lo encontré en la calle donde esta mi trabajo y el trabajo de otros muchos. Dentro de alguno de esos, que yo veo de a muchos por mi cuadra, esta ese que guarda su nombre, el nombre de su forma.

Tal vez lo busca, lo este buscando.

Porque alguien que vive o trabaja cerca mío debe haber buscado el pedacito de bombilla, la debe haber cortado, limado, unido, calibrado, comparado, puteado. Se debe haber pinchado los dedos intentándolo, raspado los puños, zafado los filos, repujado los cantos necesitando imperiosamente este festonillador de caireles, afredor de silbatos, libador de extrosidades, filogfón de angustias, burloteador de llantos.

A alguien que toma café del mismo mozo de la esquina. A alguien que a lo mejor ni sabe. A ese alguien le debe estar faltando tanto como a mi me sobra este sujeto.

La tarea del amor es.

La tarea del amor es.

Agua de mayo.

Sol de septiembre.

Lluvia de abril.

Lunes y viernes

La noche de ayer

El minuto de hoy

La tradición y el viento

El reloj de arena

La tarea del amor

Sol de sentimiento

Luna de pensamiento

Apenas que alcanza

Apenas que basta

Todo lo que encuentras

La tarea del amor es.

Cadaver con Foia

Como el suicida necesita un cuchillo o cualquier filo para descubrirse la sangre, tan necesario para nosotros, yo necesito una herramienta como ésta para escribir. La misma fatalidad. Nunca podremos entenderla ahí donde lo profundo se hace chip, palabra de mierda donde debería estar la esencia que vamos a ponerle, mierda, donde duela.

Varón para quererte mucho, es así, en el amor todo vale, dos que se quieren se dicen cualquier cosa. Misterio cibernético a dos aguas entre el enchufe a la pared y un alma estrellada. La corriente es la misma, así de mortal, así se le escapa para no besar de lengua aquello de lo que no vamos a salvarnos, si cada palabra es una lamida a la electricidad que nos queda en los antebrazos después del boxeo a que el amor nos tiene acostumbrados.

Ningún trapo cerca para cubrirnos el rostro. Sólo coger a la razón, de frente al público y esperar un orgasmo de luces, en la oscuridad de esta terrible soledad que simulamos compartir. Ningún trapo cerca nos cubre el rostro. Ella va a disparar igual. El viaje es como una droga publicitada y sin retorno.

El viaje es largo y único: ¡¡Salud!!

No hay en tus manos restos de mí. No hay nada que realmente hayas podido llevarte. Lo que crees botín es apenas el reflejo que se irá con la distancia, esa que proclamas llamándola libertad, tu libertad. Si pudiera abrazarte ahora, como entonces, lo haría. Si.

¡OH, Dios! Debo partir; una vez más. Voy en busca de un amor que me espera con sus verdes redes. Sólo un fragmento, padre, uno solo, por favor, alguna plegaria y un recuerdo así:

El empujón de la vida

me lastimó las espaldas, recuerdo ahora,

mientras observo el vuelo de cualquier pájaro...

Vete hacia una verde enredadera, cualquier esquina seria terrible, pero Santa Fe esquina Uriburu, es sin duda la esquina menos peligrosa.

Entonces es que dejo aquí mi espada porque esta noche no la voy a poder ni saber usar...y lo mas probable es que termine en mi corazón buscando tibieza y final.

Para enviar en nuestro día

Hoy es veintiocho de diciembre y no pienso hacer ninguna broma pero si desear un feliz día para los que creen sin pruebas, sin pasos previos, sin elucubraciones, sin pensar en porque los otros dicen lo que dicen o desde donde lo dicen...

FELIZ DIA DE LOS INOCENTES

Los incrédulos han tomado para sí el nombre de este día y lo han usado para dar un espacio a sus burlas meditadas y compadritas. Espero que no te molesten la avalancha de bromas ingeniosas como lo rojo de la Navidad o las rosas de las secretarias.

Al menos este día me sirve para darme cuenta del lado en que estoy y con los que quiero estar.

Decime lo que quieras que yo te creo.

Momentos que recuerdo

Yo tenia cuatro apenas y me grito, me tironeo de abajo de la mesa-castillo y me empujo al miedo-terror...

! clic !

no salio bien, a pesar de los gritos previos tenemos cara de aburridos.

Ya tenia siete, sin que nadie lo viera me dio con la regla en la rodilla.

El salio sonriendo, yo casi también, aunque la mueca no fuera una sonrisa.

La cera de la vela me quemaba un poco la mano izquierda, habia una hostia en alto, cuerpo de cristo, salí con la boca abierta.

Si alguien me sacara una ahora mismo seguramente sonreiría instintivamente.

Si alguien me la sacara con las otras sobre la mesa...sonreiría

pero sigo triste.

De pronto en un asado

Una tira de asado se enciende de ira.

El hombre, que ya iba a cortarla,

se detiene.

Un poco confundido prefiere una morcilla

a primera vista resignada.

Un pollo dorandose.

Crujiente hasta el aroma,

ensartado en un spiedo,

en la vidriera de una zapateria.

Un hombre entra y declara tener hambre.

El dependiente le pregunta:

¿ Cuanto calza ?

El hombre responde que 40.

El dependiente le informa que lo siente,

pero que el pollo de la vidriera le queda grande,

que la semana que viene y otras boludeces.

Se lo tengo dicho

Una bofetada en la nuca de un chico.

El chico trastabilla y cae en un pozo

de profundidad mil quinientos metros.

La madre dice: Mejor, a ver si asi aprende.

Que se vayan al carajo, si quieren.

Estamos tan lejos

escondidos detras de la piel

tan lejos como estrellas

tan letales como negros agujeros

falsos como soles oscuros

rotos de quiebre definitivo

remendados y altivos

resecos y acostumbrados

agudos y a la defensa

derramados y adorables

una busqueda detenida

horizonte conquistado

apenas y por ahora.

Aun sigo dispuesto a perder un mundo

por la sonrisa mas descarada

mas llena de dientes en tu cara

que si no me miras

la luz se convierte en ceguera

y se me arrancan los brazos

para seguirte ellos solos

hasta el mismisimo eden

hasta lo mas mistico que se te ocurra.

Ahi van y yo aqui me quedo,

amputado de toda confusion,

mis manos fueron ocasion de pecado

y solas se alejaron tras el ruido.

Ahi van. Yo aqui me quedo.

Hablo así cuando no puedo decir mas

  • Mi verdadera voz, la que canta cuando la bañera se abre para caer bendita, estrecha, extraña. Agua bendita por los mil pasos debajo de tus pies, pasando por tus paredes y junto a las cloacas. Llegan aguas de las misteriosas tuberías que pasan por debajo de la plaza en donde se etiquetan funerales, se marcan jotas, se repiquetea de fiestas masivas que transforman con sus saltos al agua que pasa debajo, y pasa a los saltos, bailando como nosotros bailamos y es entonces cuando los que no habían venido comienzan a llegar. Algunos dicen que es porque el ruido los despierta y los atrae. Yo sostengo que se han levantado con la boca seca del verano por la noche, y después del primer sorbo del agua cantarina contoneándose en el buche no pudieron contenerse más.

La mirada total sobre los ojos de los ojos, como si los cachetes se hubieran estirado hasta convertirse en explanadas, una nueva referencia visual que existe y nos obliga a replantearnos la que nos sostenía hasta ahora y que parecía respetable. La nueva es como el horizonte de un barco y uno no sabe para donde correr porque el equilibrio de los pies se impotentiza de rabia al confirmar que no logra nada mas que patalear en el barro del aire que ahora y amorosamente nos camina y nos camina, árbol de la alianza sagrada y eterna, nos camina.

No sé cuanta habrá durado y ni siquiera sé si sucedió para la mirada de otro que hubiera estado mirando, yo mismo ni siquiera lo vi con mis propios ojos. Me pareció suceder como me parecen mentira tantas cosas y que a pesar de serlo me sacuden los bolsillos, me arrancan las almas, me dejan tan tirado como este resbalón que me he dado en la ducha de mi baño, hoy miércoles de enero y que sin duda ha sido la caída mas lenta y mas la última que he tenido.

Ducharse como una forma de bendecirse cotidiana y a la temperatura que uno quiere.

Sentarse todos los días a desarrollar esta forma que no asegura nada pero propone.

Fumar si hace falta por los respiraderos que lo hagan, despejar el humo para ver agregándole una niebla distinta que de a poco irá desapareciendo porque esta inventada para eso: suplanta lo que no quería moverse con su misma esencia pero con la promesa de ir dejando pequeños huecos para ir viendo lo que hay detrás y de a poquito, como discurso de militar cuando arranca de cuajo el cuajo y los demás estómagos del poder mientras te acaricia con mantas contra esos cucos demócratas y te dice que es por unos meses creyendo que podrías hacer algo por evitarlo. El sabe, yo sé, que sabemos todos de lo perfectamente que están las cosas cuando el ojo del fusil nos mira tan fijamente como en este casco.

De una forma nueva y desconocida como algodones de compresas que nadie ha usado todavía me veras atravesado todo el día y te preguntaras que hago cuando no lo estoy. Leeré en tus ojos el camino y me iré desatravesando. Declaraste ofenderte con las lunas que yo dije en marzo y yo que no recordaba ni lunes ni soles pero sabia que algo en ese marzo me había divertido mucho, ¡ah! Era que las verdades no se dicen así, que de pronto suelto eso y que ¿quien me creo que soy? Una paloma se parece mas a un venado que mi cara al entendimiento y te das cuenta que voy entrando y me dejas entrar hasta que hayas cerrado el corral. No me cabe el culo en ninguna parte y eso me salva, te lo dije de la forma que vos me lo decís siempre y reconocer que podemos es la amistad de saliva en la palma, apretando bien los puños, al rescate.

Pero somos todos tan rubios cuando queremos que caminamos los pastos sabiendo que cada brizna es un cartel de prohibido pisar. La inmovilidad de no saber a cual aplastar es desgarrante. ¿Qué hago? ¿Avanzo sin fijarme o destierro a pisotones y que sea lo que Dios quiera? Avanzo y ya veré las cuentas, que tal vez nunca lleguen porque no se ve a nadie controlando, a lo mejor sea todo gratis y esto del billete un juego en el que estamos porque queremos. Nadie recuerda cuando se abrió la caja de cartón ni quien desplegó el tablero pero venimos jugando desde un domingo a la tarde sin despertarnos y tal vez vaya siendo hora de proponer un poco la iluminación o algún otro estado mas evolucionado de la conciencia. Prescindir de las rentas que hayamos podido conseguir invirtiendo en lo más arriesgado que hayamos podido hacer. Congelado me despeino a cada trozo y siento el furor huracanado de los comienzos. Las venas no hacen más que escupir últimas noticias y el cerebro tiene canas y bigote y sobretodo: una boina calada entre la calavera y el escote.

¿Qué más dará?, se preguntan los habitantes de la noche. ¿Entender a cada paso o írsele todo revelando a trompicones? Una codorniz atraviesa volando la luna sobre el estanque pero su vuelo es corto y cae pesada sobre el agua que de tan espejo se quiebra en mil pegasus volando con trazas de luna sobre los hombros contrayéndose en un esfuerzo que solo esas alas podrían explicar.

Por eso fortalezco lo que se volverá senil, no me importa que envejezca, lo que me aterra es perderlo. Sentir la atrofia de lo diario en lo más querido es como remachar con los dientes el contorno de la cadera amada. Amarrar con canelos gruesos y rugosos el cuello de un perejil recién nacido, abrazar hasta la asfixia al brócoli más verde que había en la huerta congelada del supermercado. No le busques la costura porque no la tiene, soy yo en mis paños mas menores y me vengo usando desde hace tanto que la vergüenza es casi un requisito, si no es una será otra pero el ridículo estará primero en tu mirada y ya veremos si logras desnudarte acorde a lo pactado. Yo por lo pronto me despego los gayumbos como si tiras de piel, rasgando las epiteliales estando seguro de que si no estas no habrá milagro y solo estaré desnudo en el medio de una gran plaza, sobre un pedestal, bajo un foco de cien mil watts y con todo el mundo mirando para otro lado.

Así es como les importo.

Como un pedo en un pedestal cagándose de frío, como una marioneta en un gesto congelado de chocolate y fresa, como la última lagrima que has perdido en una apuesta callejera. No mucho más pero siempre algo tangible, la imagen se pone en movimiento y todos los que estaban vestidos se esconden en la misma boca de metro. Parapetados por las barandillas ahora si me miran y yo justo estaba descargando lo vivido y no es que oliera justamente a las rosas que me había comido.

Entonces es que tú me lo das, yo lo recibo, lo cocinamos, lo compartimos, lo departimos y luego lo olvidamos o quizás nos quedó algún comentario de las veces que lo hemos repetido. Pero su camino sigue, de hecho yo cuento con que va a alimentarme y al final eso es lo importante, vamos, lo es, me alimento de vos a todas horas y cuando nadie mira me seco con la toalla que olvidaste para que tus células se me agolpen en los huecos que las necesiten, para curarse o como una forma de perfumarse o como un camuflaje, para algo sirve, lo que siento en el tejido no me parece extraño es mas bien como una piel que me has dejado y yo uso silenciosamente en la oscuridad que tiene lo que se ha mojado.

Pero al final cae la noche y se escucha el silbido de la olla a presión, las estufas a todo lo que dan, el aroma del conejo criado con la berza y las cebollas, la temperatura lograda, el silencio por el que vivo aquí, las llamadas invitando a quien sabe que otra vez recoveco del juego ya jugado.

Me he propuesto algo y no voy a confesarlo. Simplemente lo haré y quedará entre mis tesoros ocultados. Te recomiendo que hagas lo mismo hoy. Las invitaciones siguen en pie y al pie iré a que me diga que debo hacer. A veces me entero y otras como si no me hubiera dicho nada, pero esta vez le entenderé las señas o dejará de ser mi amigo de la infancia y pasará a ser uno mas de estos boludos cercanos que con tal de no verse son capaces de recitarme en la oreja todo el manual de instrucciones del windows vista.


Tomese una por las mañanas

Desde esta mañana, a la cual llego después de soñar los diagnósticos de mi muerte, la vida se me complica entre dolores de pecho y retorcijones de espíritu.

Describo el exterior porque lo interno esta blindado.

Una fina capa de nieve sobre todo lo horizontal, la que estaba sobre las verticales no ha podido sostenerse.

Presumo un hígado a punto de soltar todo el aire contenido en lo que no hubiera debido comer.

La luz se repite en los reflejos fríos y los pájaros se juntan apretados en una esquina de la única cornisa sin nieve.

No me duele nada porque es el todo lo dañado. Me trago una infusión de hierbas amargas como todo lo amargo que he catado pero concentrado en esta taza que para mi paranoia se parece mas a la madera del naufrago que a un simple remedio de un simple problema.

El pendulo

La torpeza de no haberme descubierto aún.

No entender de donde los raspones.

Aflojarme de la chapa que imita un verso, un señor, una buena perra.

La tranquilidad del cosmos en su cielo infinito que se mueve, se mueve y ya no puede mas moverse por que gira y gira, se marea y no discute, ya no discute, no se sienta, ni gime, no babea, no espanta ni a la tierra.

Al mar lo siento como una fogata mental que me circula y se cree piedra que me localiza, que se cree que puede verter lo que significa.

Si apenas puedo entender lo que se esta escribiendo: la desconfianza que obliga los ojos a despertar, a quejarse, a morirse.

Si falta hiciera, que la muerte nos salte al cuello momificado de occidente, ponerle pantalones, pantaletas a la tristeza que se te mete en el alma misma de gorrión, de quebrarse hasta la médula, hasta los meniscos.

Las férulas que nos pusieron no hicieron el efecto deseado, solo estos gemidos y algunos ases de alguien claramente presumido.


El erotismo de lo que pendula, la magia atrayente de lo que resbala, la flor de los secretos de la vida, y yo que intento dirigir y no me atrevo a esto de escalar la tierra parte a parte que se infla de gases neuro-tóxicos y cábalas.

No me quiebro, solo siento que lo hago. En realidad esto es un continuo doblarse, doblarse, seguirse doblando como una curva que no termina, un giro que no espanta que solo gira y uno entiende que no hay nada mas que hacer.

Por la mañana un doblarse neto con probabilidades altas de seguirse doblando por la tarde con claro desmejoramiento nocturno: esa hora en que las ratas son más ratas que nunca y los cobardes nos sumimos en desmayos televisados.

Herencia

Esta tierra es la tierra de mis padres, de mis hijos, de los que tuve y los que nunca tendré. La galera de lo sórdido no encaja tanto con lo terreno como con lo celestial, con sus cortinas ajadas de tanto espía suelto, de tanta circunstancia condicionante, tanto pecado tanto, tanto que los hombres se preguntan y debaten pero pecan, pecan, y es que errar al blanco no es ni postre ni figurita: es nuestro puto destino.

Promesas antes del bidet

Necesito que la energía me baje, la tengo por los techos. Vivo la lascivia cotidiana buscando un plomo que me ate en sus escotes, sus tetas, sus enervados senderos hacia lo que sácia. Pero no hay muchos mas que un par de pajas y la entera seguridad de que lo que sácia hambrea, también hambrea, y es entonces que la energía me baja y puedo ser un poco mas careta, mas de revista, mas de sillita al sol sobre un tejado de moqueta.

No me desandaré. Es una decisión que he tomado. Habrá otros caminos, digo yo. Que la única respuesta al látigo certero tenga que ser siempre un “esta bien retrocedo tres casillas” es sin duda... diría… una perdida de viento. Me parece tan trivial lo trivial que no me hagan caso, podemos decir que tengo las bolas llenas del pasado original.

Una justificación

  • Una vuelta exagerada, la reacción desmesurada del que sufre de irrealidades. Me lamieron con lo normal y yo sentí la urticaria en cada parte del orgullo.

Es que pierdo los centros con una facilidad asombrosamente inversa a lo que me cuesta conseguirlos. Desaparezco de los templos, ya no vengo del almuerzo, me caigo hacia lo banal y ya-no-vuelvo, mierda, exilio horriblemente parecido a lo usual. Esta mañana fue solo esta mañana, la calentura se hizo brisa de me olvidé y me quedé con el enojo ajado de no acordarme para que. Hice la buena acción de explicarle como hacer lo que yo no logro. Fui su maestro y más tarde bufón, de otros, pero bufón.

  • Pero los ruidos me arruidan la vida. La palabra no existe pero la sensación sí. Tan cotidiano todo. Salgo, hago, vuelvo, dejo de hacer, vuelta a empezar. No. La música sueña y tiene épocas que me recorren, tanta información para algo que nunca existió. Increíble la de paraguas que arrastro. Si al menos pudiera abrirlos sin que alguien me recordara lo de los bajo techos.

Mi amiga de los sabados cuando quiere venir

Cuando le dije que tenía porros y blanca se puso tan contenta y yo solo quise liar su alegría.

Ese grito de fiesta que tiene, como me gusta.

Es como un redoble que la hace doble, bum bum de liebre, claramente de liebre, yo le alcanzo para arbusto pero la carrera es ahora o dentro de un rato, esté yo o no esté.

Entre las ramas me queda su olorcito de diferentes sudores, tan inocente que me los deja para que me mate pensando en sus velas, su armazón, todas sus esferas y sabores.

Hasta que reaparezca me la paso abrazado a sabanas, almohadas y todos los rincones que me recuerdan que estuvo y fue verdad.


Pero se va y es que despierto a que no me busca, yo le paso como si en su vida un día lloviera o hiciera mas frío. Soy un acontecimiento para histeriquear y ella lo hace tan bien y yo la quiero tanto.

Una forma de vivir

No es mi culpa, frase que siempre me acompaña. Uno nunca sabe cuando deberá andar sobreviviendo y por eso la tengo siempre metida en el culo. No es muy cómodo pero en las noches me la saco porque es cuando la necesito menos, para algo están los sueños.

En ellos sucede lo mismo pero hay menos luz, las cosas son como cajitas de sol apagado, las ganas se rompen como rodillas. Las tiendas cierran mientras uno hace escaparate y se queda con las manos abiertas en el gesto del que no ha decidido nada. Los sueños son puertos que nos dejan siempre en el mismo último ronquido. Caen de maduras nuestras mas queridas alergias y la recompensa nunca llega, a mi nunca me llega, me quedo al borde, costadito de pileta de la que no me he mojado, agujero no catado, grito no dado ni provocado, al costado de todo la piedra calienta la panza de piel y pequeños pelos que se secan.

Despierto como a gajos mientras me lavo los dientes y me acomodo los pelos y los pedos. Asumo el tobogán casi como un bastón, repito las mismas llaves y todos sonríen con señas. No soy uno menos. La caída incluye media pensión de café con leche y un apuro inexplicable. He caído estos abismos tantas veces que la más mínima variación me da tema para todo el día. Iluminado a veces intento no limpiarle las manchas en las comisuras pero no puedo evitarlo, les hago el gesto como si limpiara su mierda en mi cara y ellos me imitan hasta lograr algún papel mas higiénico.

A veces la linterna se queda sin pilas y justifica mi solapada intención de tirarla al carajo, encontrar luz de verdad de una buena vez, pero la noche se empeña en empeñarse y yo sin un duro para aunque sea prometerle un rescate mas serio que esta indignidad de profeta al que le cagan las profecías de la noche en el diario de la mañana. El vértigo es una vela insobornable, se trata de estar o no estar, de tirar la bolsa de basura cada día de buena conducta aunque no se haya llenado.

Los pobres se mueven como engranajes vestidos a la moda del año pasado. Compran sus dientes en las estaciones y desconectan mientras viajan. El campesino tridente, azada, pala, tambor. Se peina frente a un espejo roto y ve lo que es o se emborracha. El camino duele de barro y uno se cae con el traje de aquel domingo que sigue durando, el traje y el domingo. No hay queja solo un sabor tan conocido de vida tan mate y el azúcar que cuesta tanto agregar. Se trata de llegar y ser uno mas. No destacar ni en eso. Irse ensuciando y al final, con un trapito húmedo acomodar los sudores para ir volviendo. El vaivén solo recuerda que no se esta durmiendo y los ruidos conocidos no nos tranquilizan: nos despiertan justo en la parada. Ahí está el espejo que hemos roto a hachazos de flecha y cartón.

Audiencia

Escucho el quilombo de mi mente y me pregunto ¿Servirá para algo que yo este sufriendo? A lo mejor somos ropas que alguien ha olvidado tendidas y todo este lío un simple flamear mezclado con los chasquidos de lo que se rompe. Me han enquistado un huevo con las pinzas y mi flameo es tan tonto, tan escueto, tan asimétrico. Desde que me colgaron de un huevo he pedido reunión en las cortes pero me la negaron: ellos no hacen cirugías donde no hay capacidades y yo solo pude ver la copa de sus sombreros, tan bajo que estaba el taburete.

13 de febrero de 2007

Motivaciones

El cansancio ha sido

vano de cotidiano

especial

de tan gastado.

Igual el dia

dele y dele que te oficina

que te asienta

que te ordena

que te archiva.

Sin saber

lo que quiero es

como olor a zanahoria

y yo sigo.

y...es así

Uno pretende que nada se rompa pero no, la vida cae de a figuritas como cristales en un gran vaso lleno de agua que hemos traído como mar del verano.

Los bordes se cascan, se casca la gente, los codos, las orejas y la punta de la nariz.

Después de tantas mudanzas a varios los hemos perdido y como lo no-querido tiene esa fragilidad de estornudo, lo olvidado se desayuna de vez en cuando.

Las memorias de tus imágenes suplantan tu recuerdo más puro, la queja, el gemido, el aliento no se pueden retener en este álbum tan poco tridimensional.

No he encontrado la forma de tus alas en el colchón y desconfío entonces de mi conocida resitencia para creer en los ángeles.

Las pruebas irrefutables solo sirven en cierto momento y cierto lugar, luego la estupidez con que lo negamos todo vuelve a ubicarse como primera vedette en la escena del crimen cometido con perderte.

Esos meteroritos

Una brasa. Ardiendo en el medio de mí pecho. Estoy tirado sobre la vereda de la esquina de Santa Fe y Callao. Mucha gente me rodea y me mira muy de cerca. No me tocan, nadie me toca.

Yo iba caminando tranquilamente como un apurado mas de esta ciudad cuando algo me golpeo en la cabeza y caí. Aparecí mirando el día boca arriba, desde la altura de un perro pequeño. Intenté levantarme y fue en ese momento que sentí este peso. Sobre mi tetilla izquierda había una brasa ardiendo.

No siento el dolor típico pero de todas maneras “veo” como me estoy quemando. La brasa va horadándome lentamente. La gente mira pero no hace nada. Alguien tendría que ponerse un guante de amianto, pienso yo, pero nadie circula por esa zona con guantes de amianto.

La braza lanza destellos azules como de la combustión de algún gas interno, mío o de ella. Chisporrotea de vez en cuando, me parece que es cuando atraviesa alguna capa de grasa, mía seguramente.

Yo no me puedo mover. Y no me muevo.

El público reunido a mí alrededor se mueve cada vez menos, alguno que recién llega, otro que se va, estará llegando tarde al laburo, como yo.

Sin sobresaltos noto que la multitud se va abriendo y dos hombres caminan hacia mí a través del pasillo que la gente va dejando. Están hablando y mirándome la brasa señalan y opinan.

-Te digo que es lo mejor, mi abuelo lo hacia así y mira.

-Si, tenes razón creo que es la única manera.

Se me ponen uno de cada lado y comienzan a carraspear fuerte, buscando y rebuscando en su interior. Esto dura varios minutos hasta que juntos dejan caer toda la saliva que pudieron juntar y que fue mucha, sobre la brasa que ya casi me atravesaba.

Antes que la brasa se apagara estos dos se pierden en la muchedumbre.

-Te dije.

-Tenías razón. ¿Compraste los clavos para madera?

-Si.

La gente que se había amontonado sigue su camino. Yo también.

Hace poco.

La verdad es que no termino de entender. La verdad. Se plantean queriendo o sin querer intríngulis de te dije-me dijiste y que estoy seguro que ninguno de los dos queremos ni quisimos, pero que se nos enroscan en un rollo inacabable y por turnos no estamos dispuestos a ceder, con lo que la discusión, sin llegar a ser pelea, se torna interminable y certeramente desgastante. No sé como se sale. No sé. No sé sabe. Y estoy pensando en esos tableros que vuelan de pronto y me contengo.

Dice la voz popular que es precisamente ese poder contenerse lo que el amor agrega de interesante, que si no estuviera entre dos simplemente uno llegaria al punto de ruptura mucho mas rapido.

Como quien quiere entrar al mar con un bote desde la playa debe estar dispuesto a pasar la rompiente.

Quejarse por los desencuentros de los comienzos es necedad de la mas pura y clara. O no estar seguro. O que sé yo.