14 de febrero de 2007

Una forma de vivir

No es mi culpa, frase que siempre me acompaña. Uno nunca sabe cuando deberá andar sobreviviendo y por eso la tengo siempre metida en el culo. No es muy cómodo pero en las noches me la saco porque es cuando la necesito menos, para algo están los sueños.

En ellos sucede lo mismo pero hay menos luz, las cosas son como cajitas de sol apagado, las ganas se rompen como rodillas. Las tiendas cierran mientras uno hace escaparate y se queda con las manos abiertas en el gesto del que no ha decidido nada. Los sueños son puertos que nos dejan siempre en el mismo último ronquido. Caen de maduras nuestras mas queridas alergias y la recompensa nunca llega, a mi nunca me llega, me quedo al borde, costadito de pileta de la que no me he mojado, agujero no catado, grito no dado ni provocado, al costado de todo la piedra calienta la panza de piel y pequeños pelos que se secan.

Despierto como a gajos mientras me lavo los dientes y me acomodo los pelos y los pedos. Asumo el tobogán casi como un bastón, repito las mismas llaves y todos sonríen con señas. No soy uno menos. La caída incluye media pensión de café con leche y un apuro inexplicable. He caído estos abismos tantas veces que la más mínima variación me da tema para todo el día. Iluminado a veces intento no limpiarle las manchas en las comisuras pero no puedo evitarlo, les hago el gesto como si limpiara su mierda en mi cara y ellos me imitan hasta lograr algún papel mas higiénico.

A veces la linterna se queda sin pilas y justifica mi solapada intención de tirarla al carajo, encontrar luz de verdad de una buena vez, pero la noche se empeña en empeñarse y yo sin un duro para aunque sea prometerle un rescate mas serio que esta indignidad de profeta al que le cagan las profecías de la noche en el diario de la mañana. El vértigo es una vela insobornable, se trata de estar o no estar, de tirar la bolsa de basura cada día de buena conducta aunque no se haya llenado.

Los pobres se mueven como engranajes vestidos a la moda del año pasado. Compran sus dientes en las estaciones y desconectan mientras viajan. El campesino tridente, azada, pala, tambor. Se peina frente a un espejo roto y ve lo que es o se emborracha. El camino duele de barro y uno se cae con el traje de aquel domingo que sigue durando, el traje y el domingo. No hay queja solo un sabor tan conocido de vida tan mate y el azúcar que cuesta tanto agregar. Se trata de llegar y ser uno mas. No destacar ni en eso. Irse ensuciando y al final, con un trapito húmedo acomodar los sudores para ir volviendo. El vaivén solo recuerda que no se esta durmiendo y los ruidos conocidos no nos tranquilizan: nos despiertan justo en la parada. Ahí está el espejo que hemos roto a hachazos de flecha y cartón.

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