El cansancio ha sido
vano de cotidiano
especial
de tan gastado.
Igual el dia
dele y dele que te oficina
que te asienta
que te ordena
que te archiva.
Sin saber
lo que quiero es
como olor a zanahoria
y yo sigo.
Cosas que escribo.
El cansancio ha sido
vano de cotidiano
especial
de tan gastado.
Igual el dia
dele y dele que te oficina
que te asienta
que te ordena
que te archiva.
Sin saber
lo que quiero es
como olor a zanahoria
y yo sigo.
Uno pretende que nada se rompa pero no, la vida cae de a figuritas como cristales en un gran vaso lleno de agua que hemos traído como mar del verano.
Los bordes se cascan, se casca la gente, los codos, las orejas y la punta de la nariz.
Después de tantas mudanzas a varios los hemos perdido y como lo no-querido tiene esa fragilidad de estornudo, lo olvidado se desayuna de vez en cuando.
Las memorias de tus imágenes suplantan tu recuerdo más puro, la queja, el gemido, el aliento no se pueden retener en este álbum tan poco tridimensional.
No he encontrado la forma de tus alas en el colchón y desconfío entonces de mi conocida resitencia para creer en los ángeles.
Las pruebas irrefutables solo sirven en cierto momento y cierto lugar, luego la estupidez con que lo negamos todo vuelve a ubicarse como primera vedette en la escena del crimen cometido con perderte.
Una brasa. Ardiendo en el medio de mí pecho. Estoy tirado sobre la vereda de la esquina de Santa Fe y Callao. Mucha gente me rodea y me mira muy de cerca. No me tocan, nadie me toca.
Yo iba caminando tranquilamente como un apurado mas de esta ciudad cuando algo me golpeo en la cabeza y caí. Aparecí mirando el día boca arriba, desde la altura de un perro pequeño. Intenté levantarme y fue en ese momento que sentí este peso. Sobre mi tetilla izquierda había una brasa ardiendo.
No siento el dolor típico pero de todas maneras “veo” como me estoy quemando. La brasa va horadándome lentamente. La gente mira pero no hace nada. Alguien tendría que ponerse un guante de amianto, pienso yo, pero nadie circula por esa zona con guantes de amianto.
La braza lanza destellos azules como de la combustión de algún gas interno, mío o de ella. Chisporrotea de vez en cuando, me parece que es cuando atraviesa alguna capa de grasa, mía seguramente.
Yo no me puedo mover. Y no me muevo.
El público reunido a mí alrededor se mueve cada vez menos, alguno que recién llega, otro que se va, estará llegando tarde al laburo, como yo.
Sin sobresaltos noto que la multitud se va abriendo y dos hombres caminan hacia mí a través del pasillo que la gente va dejando. Están hablando y mirándome la brasa señalan y opinan.
-Te digo que es lo mejor, mi abuelo lo hacia así y mira.
-Si, tenes razón creo que es la única manera.
Se me ponen uno de cada lado y comienzan a carraspear fuerte, buscando y rebuscando en su interior. Esto dura varios minutos hasta que juntos dejan caer toda la saliva que pudieron juntar y que fue mucha, sobre la brasa que ya casi me atravesaba.
Antes que la brasa se apagara estos dos se pierden en la muchedumbre.
-Te dije.
-Tenías razón. ¿Compraste los clavos para madera?
-Si.
La gente que se había amontonado sigue su camino. Yo también.
La verdad es que no termino de entender. La verdad. Se plantean queriendo o sin querer intríngulis de te dije-me dijiste y que estoy seguro que ninguno de los dos queremos ni quisimos, pero que se nos enroscan en un rollo inacabable y por turnos no estamos dispuestos a ceder, con lo que la discusión, sin llegar a ser pelea, se torna interminable y certeramente desgastante. No sé como se sale. No sé. No sé sabe. Y estoy pensando en esos tableros que vuelan de pronto y me contengo.
Dice la voz popular que es precisamente ese poder contenerse lo que el amor agrega de interesante, que si no estuviera entre dos simplemente uno llegaria al punto de ruptura mucho mas rapido.
Como quien quiere entrar al mar con un bote desde la playa debe estar dispuesto a pasar la rompiente.
Quejarse por los desencuentros de los comienzos es necedad de la mas pura y clara. O no estar seguro. O que sé yo.
Revuelvo la tierra
en mi rectángulo
habitado
de planeta.
No hay satélites
y por ende
potencia mundial
que se percate.
Quiebro la sequedad
del manto arenoso
que cubre
mi rectángulo elegido.
Y lo siembro
de pequeñísimas piedras
repletas de una memoria
que me excede.
Ni siquiera el que pasa
ocasionalmente se entera
por eso lo protejo con ramas
y de pájaros con hojas.
Solo
si te acostas
a la altura misma.
Solo
si apoyas la cara
en la humedad
mantenida.
Apenas.
Ya se le ve
ya se le ve
delicadísima
muralla china
línea maginot
sombra de barba
finísima y verde
y tan ya verde.
La repetición de los días
Las alas que hemos perdido
Los sueños que se han quedado
Resignados a lo posible
Fotos que no reflejan
Aunque alguna vez fuimos esos mismos.
Amigos que no se quedan
Aunque nos hayamos querido tanto.
La realidad de la vida
Las mentiras que se filtran
Los silencios que se han dicho
Como lo más creíble de lo falso.
Manías que se centran
En convertirnos en lo que odiamos
Gestos que nos cuestan
Parecernos tanto a lo pasado.
La muerte como una excusa
Excusa de lo no vivido
Las veces que te he pedido
Y que te he perdido, mi musa.
Con florcitas que me han salido
Tapo las vergüenzas que afloran
Desde vos me abrazo al no saber
Y soy apenas la piedrita que he podido.
La necesidad de un trago de agua.
La imperiosidad de la próxima inspiración.
La cadencia exacta con que el corazón late.
El fluir insaciable de los líquidos del cuerpo.
La temperatura gravemente constante.
La boca dispuesta para el beso,
Para el pan,
Para la tierra.
El deseo acuciante.
La presuposición del sobresalto.
El mal humor desbaratándolo todo porque sí.
El pelo sin lavar.
La piel deshecha.
Un resto vestigial de cola de pez.
Tipo de labios, tipo de pies.
Un tipo entre muchos tipos.
La solemnidad de todas las cejas.
La desconfianza en la nariz.
Las orejas para el miedo.
Todo el resto para la piel.
Que esta deshecha.
Un no quebrado,
la distancia con lo alado,
la impaciencia del poeta haciendo sopa con las viandas de la vida,
la estupidez explicándolo,
dolor de oídos, calambres, tirones, desgarros,
quebraduras, espasmos, irritaciones, pruritos,
sarpullidos, intenciones, desatenciones,
todas estas tensiones milimetradas contra el descalabro.
Como todo sosten los huesos, los maravillosos huesos, los indispensables, los fiables, los porosos, los mucho más eternos que nosotros, ellos.
El nivel de azúcar, de potasio, de tungsteno.
El colesterol colateral.
Úrico ha sido el que se empacho de otros.
Como lo linfático drenante.
Como lo estático imposible.
Como el colon, el grueso, el fino y su glorioso escape.
Aún así pensamos, discurrimos, mentimos, ganamos.
Aún con todo este barullo introducimos, eyaculamos,
Nos lanzamos al mas barranco de todo lo profundo.
Nos equivocamos.
Ojalá que podamos seguir errando,
Ojalá que algo quede para nosotros.
Al fin la última libertad humana.
Pecar, fallar, errar al blanco.
Aunque sea: poder equivocarnos
Para de vez en cuando poder distinguir
El desasosiego de la sensación
El salir del irse
El llegar del quedarse
Distinguir mas no sea el pan del agua y el agua de la tierra.
La intimidad de un acorde que me identifica.
Un contrabajo, más allá un bandoneón.
Una cadencia que soporta bien los silencios
Los ojos que se van lejos, bien lejos,
La inevitable calle con sus pasos lejanos,
Húmeda del rocío de siempre
Yo volviendo al lugar que entonces,
Y solo entonces, llamaba mi casa.
Eso solo con escuchar un par,
Si la noche sigue como hasta ahora,
Si aparte las mezclo con esas otras,
Que ya sabes,
Seguro que me encuentro
Con la habitación a oscuras
La lámpara sobre la mesa,
Sobre la mesa el corazón
Yo sacándole lustre de cobre,
Con sus partes de bronce
de madera, de marfil.
Desde fuera se ven mis ojos
A pesar de lo lejos todavía están.
Se parecen a los tuyos
Y ya casi me da miedo hablar
Sigo sin pertenecerme
Y no sé donde quiero estar.
Hubiera querido quedarme. No hacer caso de la indiferencia dura que me esperaba al final de cada intento de caricia.
Hubiera querido entender el miedo con que me estabas diciendo adiós, como si fuera un animal que nos había alcanzado, fingiendo serenidad ante lo inevitable.
También en ese momento escuché más allá del escudo, también y a pesar me supe sumergido en esa otra verdad, que no estabas diciéndome, pero que yo sentía a gritos, ahogados entre las sensaciones violentas de nuestro vagar de pronto, uno dentro del otro, uno solo para el otro.
No pude unir como antes, el otro mundo de nosotros mismos y esto que hoy llamas cruelmente "la única realidad".
Como en aquellas veces también fui abismo de tus ojos puertas, portón, pero derrotado pronto por la mirada frontera, frontón, barrera.
Y como siempre la ambigüedad de no saber, de esperar que entre estos segundos inesperados apareciera la sonrisa terminando la broma, cortando el juego, que casi me habías engañado, siempre supe que era una joda, pero siguió... la puerta tenía que cerrarse alguna vez y no servía de nada estirar el momento acompañándote a tu casa.
Hubiera querido quedarme a continuar el desenfreno lento, abrigado, de los dos apretados escuchándonos los latidos, los suspiros, y el rió de tus lágrimas que ya no desembocaba en mí.
Pero ese algo que te pasó, que hasta hoy no entiendo, me arrancó el timón.
Todos los que en este segundo
están mintiendo.
Todos los que ahora mismo
están diciendo la verdad.
Todos.
Los que están acariciando,
Los que acaban de matar.
Los que temen.
Los que aman.
Todos.
Todos ellos.
Hijos del mismo Dios.
Ahora estoy mas tranquilo.
Ahora que sé que al llegar a casa no me esperan los intentos
de hacerme a la imagen y semejanza de tus fantasías de marido.
Ya no tendré que parecer quien no soy
ni tendré que oler como te gustaría,
ni siquiera tengo que pesar lo justo
ni medir lo suficiente.