13 de febrero de 2007

Dora

Hubiera querido quedarme. No hacer caso de la indiferencia dura que me esperaba al final de cada intento de caricia.

Hubiera querido entender el miedo con que me estabas diciendo adiós, como si fuera un animal que nos había alcanzado, fingiendo serenidad ante lo inevitable.

También en ese momento escuché más allá del escudo, también y a pesar me supe sumergido en esa otra verdad, que no estabas diciéndome, pero que yo sentía a gritos, ahogados entre las sensaciones violentas de nuestro vagar de pronto, uno dentro del otro, uno solo para el otro.

No pude unir como antes, el otro mundo de nosotros mismos y esto que hoy llamas cruelmente "la única realidad".

Como en aquellas veces también fui abismo de tus ojos puertas, portón, pero derrotado pronto por la mirada frontera, frontón, barrera.

Y como siempre la ambigüedad de no saber, de esperar que entre estos segundos inesperados apareciera la sonrisa terminando la broma, cortando el juego, que casi me habías engañado, siempre supe que era una joda, pero siguió... la puerta tenía que cerrarse alguna vez y no servía de nada estirar el momento acompañándote a tu casa.

Hubiera querido quedarme a continuar el desenfreno lento, abrigado, de los dos apretados escuchándonos los latidos, los suspiros, y el rió de tus lágrimas que ya no desembocaba en mí.

Pero ese algo que te pasó, que hasta hoy no entiendo, me arrancó el timón.


Y yo, mientras, sigo intentando detener el tiempo hasta que vuelvas.


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