23 de febrero de 2007

Mi amor

Se acordó de ella. Siempre se acordó de ella si era de noche y era lámpara echando luz todavía sobre el techo. Se imaginó así como estaba, apoyado en la pared de su lado de la cama, sin ganas para otro cigarrillo; entonces sí venía ella; entonces ya no había nada que hacer, ahora ella en un cine de Colegiales hablándole bajito entre los chistidos, orejita que se calienta, aliento húmedo, palabras apenas, paladar de pared rugoso contra mi lengua.

Después las ganas de fumar otra vez, el intento de huída buscando fósforos y predisponiendo ceniceros en la calma del cuarto; pero al cerrar los ojos, de vuelta el camino largo y pegaditos, deletreando tu cadera que grita maúlla en mi mano, mano que no detiene, hotel que te dejan entrar, sin preguntar qué hacen diecisiete años allí entre mis labios, lamiendo peces que te hacen gritar ahora sí, que se te enroscan si tiro suavemente, suavemente claro, aunque nunca te duela así me agarre garra, así me suspenda aferrado a tu humedad sobre el abismo. Siempre me acuerdo, aunque ahora no tenga sentido, el tiempo que ha pasado, parece mentira che que tanto.

Ahora está este cuarto donde no estuviste nunca, donde nada huele a pelo mojado, a chicle recién escupido, a vos. Por suerte me basta abrirlos, dejar que se llenen de fotos de los chicos bajo el vidrio de la mesita de luz. No hay donde puedas sorprenderme si la corbata está sobre el traje; si la valija y todo listo para mañana la oficina. Aunque a veces recordar sea dulce y excitante está su respiración que sube y baja siempre cerca mío; camisón de seda no va a entender este insomnio (quetepasa-queridotomate-vasitodeagua) tal vez hasta se dé vuelta sin imaginar nada, aunque tiene un olfato especial. Es capaz de armar un escándalo si te sospecha en mis ojos, aunque no sepa que exististe siquiera, pero te presiente gata enroscada, inundando mi vientre de pozos y succiones, rodeando de saliva la diferencia between us, amándote primero vos misma, amándome después, como solo podías concebir la palabra.

Palabra, nada era menos parecido a una palabra si vos me abrazabas desnuda con frío y yo no entendía por qué este amor para mí, demasiado grande, demasiado pre-pecado original para mí, que apenas sospechaba eso de la soledad como camino cuando vos ya estabas torturándote espontáneamente con Rilke y Hesse.

Si hasta yo sé que tuve miedo, que fue por miedo que lo único que hice fue llorar cuando te pusiste la boina de ese otro tipo y fumaste marihuana mientras yo discurseaba en el espejo. Si hasta desde mi miedo creí entender tus ojos lunares que se despiden después de haber intentado inútilmente iluminarme. Iluminar a un pelotudo que se creía bohemio por bachillerato nocturno y súbitas poesías al lado del cortado sin azúcar. Fue por miedo que traté de creer que te ibas de turra nomás, que entonces nunca me habías querido tanto como decías; sin entender, puta, sin siquiera imaginar que en esos días hubieras dado la vida por poder encontrar algo de mí, en ese otro lado en el que vos vivías desde siempre. Encontrarme, aunque sea solo en una oreja o en un cachito de piel del hombro por donde poder agarrarme y meterme de un tirón o despertarme. Nunca me di cuenta de que era yo el que me había hecho invisible, intangible; yo, el que siguió derecho cuando todo era curva, curva hacía la izquierda, hacia uno mismo, hacia tus ojos y tu boca que ya no podía alcanzar desde la oficina y colegio nocturno y la mentira entrándome con anzuelo y todo.

Pero no todo está perdido, aunque me hubiera casado con señorita amiga de la familia, que no me deja besarla ahí donde huele a farmacia por miedo a que se lo cuente a mi hermana. Tal vez pueda sacarme toda esta mierda de jefe nueve a cinco; esta seguridad de molde y deber cumplido. Aunque hayan pasado mil años frenar, tal vez volver, retomar un poco aquellos días donde me quedé y rescatarme y encontrarme conmigo otra vez, que está todo tan vacío, que me siento tan mal, tan boludo...

... y no sé por qué esta vez la melancolía no desembocó en el sueño tardío de antes siempre. Emocionado me supe diferente; hasta gocé temblando al sacarme el miedo de encima; al buscar tu teléfono o tu dirección en las agendas (esas que pintabas con crayón y llenabas de boletos). Al jugar con la posibilidad de mandar todo al carajo y divertirme imaginando a mamá consolando a mi mujer con que es la crisis de los cuarenta, que ya se me va a pasar. Respirar un poco de aquel aire paseando por plaza Francia y encontrarme algunos chicos del colegio con el pelo todavía largo y libre, hasta uno con un arito. Estaba excitado como un pendejo con la posibilidad de encontrarnos (lo creía tan fácil ahora), tal vez detrás de un sombrero o un giro o un espejo.

Fue difícil seguirte el rastro a través de las mil mudanzas ¿porque te habrás mudado tanto? Intentar algunos paseos por el barrio que hace tanto, ir descubriendo lo falso que es todo en mí desde que te fuiste; seguir en el Café Literario o en el Tortoni, buscarte. Caminar por entre los que te dejaron de ver y sentir que a cada segundo necesitaba más tus manos, tu aliento. Ni siquiera se me ocurrió la posibilidad de no encontrarte, tarde o temprano, en alguna esquina (qué estúpido, si estuve dentro tuyo tantas veces, dar la vida ahora); ni por un segundo imaginé y a cada paso me llenaba más de fuerza, qué importa tanto tiempo quieto, qué importa si puedo volver y encontrarme con ese tipo barbudo y psicólogo que se me queda mirando cuando le digo tu nombre. Ese tipo que se pone verde y mustio, y me invita una taza de té antes de pedirme que no te busque más, que es inútil, que no sé qué historia de que a vos te torturaban justo antes que a él y que un día ya no escucho tus gritos y después alguien le dijo que...

Gelatinas

Siempre lo mismo, a pesar de mi mismo, coagulado por las circunstancias de las gentes frotándose en este agujero. Se acerca un hombre, mira lo que estoy escribiendo y aprovechando un descuido se sienta en mi computadora y continúa el relato con frases grotescas. Lo hace disimuladamente y se va, esta esperando a que vuelva para reírse de mi cara. Lo hace sin maldad o al menos con la maldad que ya es considerada normal por estos lados. Sus gestos son repetitivos y su manera de acercarse es siempre la misma, y no es un mal tipo, solo que no es un tipo interesante a menos que este pensando en lo que mas le importa en la vida, o sea cantando y pobre en este sitio se canta poco y el se atreve poco a contradecir estas costumbres. Costumbres de este lugar, una mierda laberíntica, un estrecho pasillo donde uno se roza con los centímetros cuadrados que el otro esta dispuesto a defender.

Al entrar al edificio se pueden ver los pequeños espacios que el portero guarda para si. Un montoncito allí donde quedan tiradas las cartas y los mensajes, otro poco en los jardines del fondo, en las escaleras y los corredores; su lugar de poder es la portería y el sótano, allí todo es él, no se entra ni se polemiza sin su presencia. Como verán es un tipo sin muchos reinos y bastante generoso, guarda para si aquello que le resulta indispensable para defenderse de esta ciudad que vive arriba suyo, atestada de sujetos que al menor desequilibrio de la estructura salen corriendo armados con sus influencias o sus propinas y bajan a encerrarlo entre dientes y promesas de despido, cabildeos de escalera que el ascensor no funciona.

Un día al saludarme en vez del chau o el hasta luego, puso sus mano derecha palma para arriba esperando que la golpeará con la mía, a la manera de los jugadores de básquet-ball o los beisbolistas, lo hice y desde ese día nos saludamos así, en cualquier lado, a cualquier hora y con cualquier publico, avanzamos el uno hacia el otro casi sin mirarnos, pensando que el otro no va vernos o va a olvidarse, pero de pronto una de las dos manos se levanta, el pega un grito y el aplauso en su mano golpea en la mía. Martín se llama, por las noches es acomodador de un teatro de la misma calle, de día camina como yo por este laberinto, sin levantar la vista. Cuando nos cruzamos hacemos ruido y nos tocamos, solo para estar seguros.

No es el único de los habitantes que me rozan y que rozo, claro, es uno de los mas amables esta dicho. Además están los abogados de mi mismo piso, los de la salinera justo al lado y los recién mudados del sexto C. Ellos son mi universo más cercano, con ellos charlé en el palier que compartimos, inclusive nos juntamos para pintarlo. Se podría decir que ellos me conocen y yo los conozco, de todas maneras no sé nada de sus días fuera del agujero. A los otros, los de los ascensores o la puerta de entrada, los adivino por los pedazos de conversaciones que alcanzo a escuchar, por el olor que traen de los almuerzos, por las miradas furtivas, por las panzas o los tics, por lo bañados o no por las mañanas, por la forma en que transpiran el día que yo transpiro con ellos unos pisos mas arriba o mas abajo. Hay varios abogados, muchas agencias de turismo. Los abogados porque enfrente hay un juzgado, las agencias por que estamos en el centro de la ciudad, supongo.

No sé porque llego hasta aquí todos los días. Depende de quien me este escuchando, a lo mejor para muchos tengo algunas respuestas. Si fueras un policía parado en la puerta de abajo y me exigieras las razones para entrar, yo le diría que soy socio gerente de la productora musical del sexto A. Si fueses inspector de impuestos, que vengo a saludar al portero, siempre que estuvieses en la puerta de abajo, porque si estas en la de arriba te diría algo parecido que al policía pero con menos cara de circunstancia.

Pero el tema es que eso que soy no es la razón de porque vengo todos los días. No soy eso que hago todos los días. No quiero serlo. Me siento como una gelatina aún líquida en la heladera, dispuesta para la lucha pero solidificándome.

Todo esto que estoy contando son manotazos, estertores de una gelatina de manzana verde que va llegando inexorablemente a el mejor punto del desmolde.

También hay pelados que bueno bueno.

No hay mucho que pensar cuando uno esta perdiendo pelos, a lo sumo confesar inútilmente lo que ya todos notan: me estoy quedando pelado. Sonará extraño el paralelismo que encuentro entre este detalle y una escalera, pero aquí postulo que en este recorrido vital subir escaleras me resulta igual de inevitable que la calvicie. No tengo nada que hacer al respecto, aunque algunos no resueltos opinen que con masajes y fricciones.

Anclado en la soledad inherente a todo escalón me deja sin opciones: las escaleras me obligan. Lo mío es subir e inevitablemente esa escalera pasara a ser parte de mi vida y un día, algún día, volveré a pasar por ella, a menos que no encuentre otra salida que el típico ascensor, ese invento taciturno y cobarde, que para mas tentación, además tiene espejo.

Algo en mi se esta desnudando a nivel capilar. Lo tomo como un efecto inesperado de esta pulsión a treparlo todo. La vida que me interesa parece estar esperándome al final de una trabajosa escalera. El futuro, para no ir más lejos, se encuentra solo si nos atrevemos a descartar el conocido peldaño anterior, también llamado “el presente” por algunos pomposos poetas y otros tipos de idealistas.

Los que la van de melenudos sostienen que el final de la vida se encuentra según uno baja, como si la muerte quedara en el triste fondo de un pozo. Discrepo con pruebas a la vista: solo una poderosa flexión nos transportará hacía lo por venir, es decir creo que al futuro se arriba, no se abaja.

De todas maneras no desespero por esto. Son esos mismos lo que exigen que la vida los vaya evolucionando ni bien se caen del parto. Se la pasan preguntando que pasa con este suelo que no arranca y forman clubes sociales para criticar el estado de las cosas. Lo que mas me duele, lo que no puedo digerir de la lógica divina, es que generalmente sea precisamente a esa gente a las que no se le cae el pelo. Ellos jamás se permitirían sufrir estos calambres existenciales y supongo que será por eso que las escaleras les son tan indiferentes. Con tanto pelo debe resultarles normal esas vidas de planta baja que llevan.

Se lavan y se peinan y lo hacen sin ningún asombro, sin ninguna reverencia previa. A sus maravillosas cabelleras ignoran, las ningunean como si el poseerlas fuera algo evidente... ¡hasta las he visto ser vilmente despreciadas!

Esos insensatos pelilargos trenzan con caprichosos y despreocupados argumentos a medusas que desatadas de sus moños... ya quisiera verlos yo. Sin atreverse a tomar una decisión van con sus peinados a cuestas pero ajenos a esos colores inverosímiles, a esos pelos fuertes como cordones instalados en sus cráneos hostiles. En el caso poco común de que se enrolen en la trepada de una escalera, algo les sonará mal, como si siempre estuvieran a punto de pisar un escalón falso. Sumado esto a que el subir debilita las raíces, se entiende su fobia a las trepadas hacía planos superiores.

Será porque se me fueron que amo esos increíbles bancos coraleros y sufro al verlos tristemente aferrados a esos arrecifes Usadores de Champúes a La Moda. No disfrutan de esos embriagantes enjuagues de deliciosos olores que ya sabores deberían ser. Esos néctares debíeran más bien beberse enredados en glúteas y jóvenes melenas. Ahí se los ve sentarse a contar sus viejas derrotas, solo aprendieron a caerse rodando con sus olores a medias cortas, con sus rodetes mustios, sin saber, sin siquiera sospechar que mas arriba todo es agua de rosa, queratina, aloe-vera, amalga amadas algas marinas, esencias de hierba, de paraíso, de manzana ofrecida.

Estaría de más, y es por eso que lo hago, declarar que son una raza aparte... aparte de mí por lo menos.

Que quede bien claro: fuera de mi crítica se encuentran los comunes, los mediocres, los apenas. Odio aquel extremo y pertenezco a este otro; ¿que hay en medio? bueno, gentes que se peinan, juntan caspa y que se mueren un rato antes de que les deje de crecer la porra, nunca han subido, nunca han bajado, ni son melenudos pedantes ni pelados subiendo una escalera...

Yo voy dejando la vida a mechones, voy ganando nuevos aspectos a medida que soy abandonado por esos que tanto amo. Reconozco que mi escalera más parece una peluquería al final del día que la escala de un labriego. No soy labriego...soy...me estoy quedando...ya saben...

Será por eso que no se encariñan conmigo mis tenues y quebradizos piolines, será por eso que, por más que lo he intentado, no he podido seducir a unas Escalera-Mecánico-Vividoras que yo conozco. Ellas tienen por incomodas sus capilares maravillas, y yo al estar acostumbrado a perderlas he aprendido a despedirlas casi sin ceremonias, fortaleciéndome de hecho. Es bien claro que ellas repentinamente privadas de sus pilosidades morirían, en cambio yo, que vengo subiendo penosamente la cuesta, en su misma situación, hago una pequeña celebración interna cada vez que me acerco ¡por fin! a la culminación de este largo adiós, de este camino monacal, ya no mas vida de guerrero, nada mas que defender...¡una fiesta!

Pero es injusto que se vayan, no lo nieguen, sea este un lamento estertóreo de quien ya lo ha perdido casi todo. A pesar de sus desplantes podría perdonarlos aguardando su vuelta como si de hijos pródigos se tratara, podría abrigarlos del terrible frío sufrido en vaya uno a saber que mosaicos helados, esos largos y lánguidos seres cabellos, entes tan vivos como moluscos, como tormentas, hechos tan a imagen y semejanza como las uñas y los huevos, únicos, irrepetibles, individuos que merecen ser tratados así, individualmente, cada uno por su nombre, por su gusto cada uno, con su brillo y su lugar.

De todas maneras atesoro la sospecha (y con ella me consuelo) que de tener frondosos mechones me convertiría en uno de ellos, con sus tristes mohines, con su temor a subir, con su afición a lo mecánico, con sus un poquito mas resguardadas calaveras, con sus peines mas usados, con su cantidad de tiempo frente al espejo, sus quejas vanas y su tanto mas descontento ya que sus muchos mas pelos son un signo inequívoco, un algo que los define, y que en el escalón final nos diferenciará por ultima vez...ya que bastan un par de meses para que el viento secreto que recorre las tumbas se lleve lo mucho o lo poco, termines donde hayas terminado en la escalera, haya sido con tu frondosa testa o mis cuatro pelos locos.