23 de febrero de 2007

Gelatinas

Siempre lo mismo, a pesar de mi mismo, coagulado por las circunstancias de las gentes frotándose en este agujero. Se acerca un hombre, mira lo que estoy escribiendo y aprovechando un descuido se sienta en mi computadora y continúa el relato con frases grotescas. Lo hace disimuladamente y se va, esta esperando a que vuelva para reírse de mi cara. Lo hace sin maldad o al menos con la maldad que ya es considerada normal por estos lados. Sus gestos son repetitivos y su manera de acercarse es siempre la misma, y no es un mal tipo, solo que no es un tipo interesante a menos que este pensando en lo que mas le importa en la vida, o sea cantando y pobre en este sitio se canta poco y el se atreve poco a contradecir estas costumbres. Costumbres de este lugar, una mierda laberíntica, un estrecho pasillo donde uno se roza con los centímetros cuadrados que el otro esta dispuesto a defender.

Al entrar al edificio se pueden ver los pequeños espacios que el portero guarda para si. Un montoncito allí donde quedan tiradas las cartas y los mensajes, otro poco en los jardines del fondo, en las escaleras y los corredores; su lugar de poder es la portería y el sótano, allí todo es él, no se entra ni se polemiza sin su presencia. Como verán es un tipo sin muchos reinos y bastante generoso, guarda para si aquello que le resulta indispensable para defenderse de esta ciudad que vive arriba suyo, atestada de sujetos que al menor desequilibrio de la estructura salen corriendo armados con sus influencias o sus propinas y bajan a encerrarlo entre dientes y promesas de despido, cabildeos de escalera que el ascensor no funciona.

Un día al saludarme en vez del chau o el hasta luego, puso sus mano derecha palma para arriba esperando que la golpeará con la mía, a la manera de los jugadores de básquet-ball o los beisbolistas, lo hice y desde ese día nos saludamos así, en cualquier lado, a cualquier hora y con cualquier publico, avanzamos el uno hacia el otro casi sin mirarnos, pensando que el otro no va vernos o va a olvidarse, pero de pronto una de las dos manos se levanta, el pega un grito y el aplauso en su mano golpea en la mía. Martín se llama, por las noches es acomodador de un teatro de la misma calle, de día camina como yo por este laberinto, sin levantar la vista. Cuando nos cruzamos hacemos ruido y nos tocamos, solo para estar seguros.

No es el único de los habitantes que me rozan y que rozo, claro, es uno de los mas amables esta dicho. Además están los abogados de mi mismo piso, los de la salinera justo al lado y los recién mudados del sexto C. Ellos son mi universo más cercano, con ellos charlé en el palier que compartimos, inclusive nos juntamos para pintarlo. Se podría decir que ellos me conocen y yo los conozco, de todas maneras no sé nada de sus días fuera del agujero. A los otros, los de los ascensores o la puerta de entrada, los adivino por los pedazos de conversaciones que alcanzo a escuchar, por el olor que traen de los almuerzos, por las miradas furtivas, por las panzas o los tics, por lo bañados o no por las mañanas, por la forma en que transpiran el día que yo transpiro con ellos unos pisos mas arriba o mas abajo. Hay varios abogados, muchas agencias de turismo. Los abogados porque enfrente hay un juzgado, las agencias por que estamos en el centro de la ciudad, supongo.

No sé porque llego hasta aquí todos los días. Depende de quien me este escuchando, a lo mejor para muchos tengo algunas respuestas. Si fueras un policía parado en la puerta de abajo y me exigieras las razones para entrar, yo le diría que soy socio gerente de la productora musical del sexto A. Si fueses inspector de impuestos, que vengo a saludar al portero, siempre que estuvieses en la puerta de abajo, porque si estas en la de arriba te diría algo parecido que al policía pero con menos cara de circunstancia.

Pero el tema es que eso que soy no es la razón de porque vengo todos los días. No soy eso que hago todos los días. No quiero serlo. Me siento como una gelatina aún líquida en la heladera, dispuesta para la lucha pero solidificándome.

Todo esto que estoy contando son manotazos, estertores de una gelatina de manzana verde que va llegando inexorablemente a el mejor punto del desmolde.

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