13 de febrero de 2007

Ritmos

La necesidad de un trago de agua.

La imperiosidad de la próxima inspiración.

La cadencia exacta con que el corazón late.

El fluir insaciable de los líquidos del cuerpo.

La temperatura gravemente constante.

La boca dispuesta para el beso,

Para el pan,

Para la tierra.

El deseo acuciante.

La presuposición del sobresalto.

El mal humor desbaratándolo todo porque sí.

El pelo sin lavar.

La piel deshecha.

Un resto vestigial de cola de pez.

Tipo de labios, tipo de pies.

Un tipo entre muchos tipos.

La solemnidad de todas las cejas.

La desconfianza en la nariz.

Las orejas para el miedo.

Todo el resto para la piel.

Que esta deshecha.

Un no quebrado,

la distancia con lo alado,

la impaciencia del poeta haciendo sopa con las viandas de la vida,

la estupidez explicándolo,

dolor de oídos, calambres, tirones, desgarros,

quebraduras, espasmos, irritaciones, pruritos,

sarpullidos, intenciones, desatenciones,

todas estas tensiones milimetradas contra el descalabro.

Como todo sosten los huesos, los maravillosos huesos, los indispensables, los fiables, los porosos, los mucho más eternos que nosotros, ellos.

El nivel de azúcar, de potasio, de tungsteno.

El colesterol colateral.

Úrico ha sido el que se empacho de otros.

Como lo linfático drenante.

Como lo estático imposible.

Como el colon, el grueso, el fino y su glorioso escape.

Aún así pensamos, discurrimos, mentimos, ganamos.

Aún con todo este barullo introducimos, eyaculamos,

Nos lanzamos al mas barranco de todo lo profundo.

Nos equivocamos.

Ojalá que podamos seguir errando,

Ojalá que algo quede para nosotros.

Al fin la última libertad humana.

Pecar, fallar, errar al blanco.

Aunque sea: poder equivocarnos

Para de vez en cuando poder distinguir

El desasosiego de la sensación

El salir del irse

El llegar del quedarse

Distinguir mas no sea el pan del agua y el agua de la tierra.

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