14 de febrero de 2007

El pendulo

La torpeza de no haberme descubierto aún.

No entender de donde los raspones.

Aflojarme de la chapa que imita un verso, un señor, una buena perra.

La tranquilidad del cosmos en su cielo infinito que se mueve, se mueve y ya no puede mas moverse por que gira y gira, se marea y no discute, ya no discute, no se sienta, ni gime, no babea, no espanta ni a la tierra.

Al mar lo siento como una fogata mental que me circula y se cree piedra que me localiza, que se cree que puede verter lo que significa.

Si apenas puedo entender lo que se esta escribiendo: la desconfianza que obliga los ojos a despertar, a quejarse, a morirse.

Si falta hiciera, que la muerte nos salte al cuello momificado de occidente, ponerle pantalones, pantaletas a la tristeza que se te mete en el alma misma de gorrión, de quebrarse hasta la médula, hasta los meniscos.

Las férulas que nos pusieron no hicieron el efecto deseado, solo estos gemidos y algunos ases de alguien claramente presumido.


El erotismo de lo que pendula, la magia atrayente de lo que resbala, la flor de los secretos de la vida, y yo que intento dirigir y no me atrevo a esto de escalar la tierra parte a parte que se infla de gases neuro-tóxicos y cábalas.

No me quiebro, solo siento que lo hago. En realidad esto es un continuo doblarse, doblarse, seguirse doblando como una curva que no termina, un giro que no espanta que solo gira y uno entiende que no hay nada mas que hacer.

Por la mañana un doblarse neto con probabilidades altas de seguirse doblando por la tarde con claro desmejoramiento nocturno: esa hora en que las ratas son más ratas que nunca y los cobardes nos sumimos en desmayos televisados.

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