14 de febrero de 2007

Un día malo sin dudas

La tristeza de una soledad no deseada, esa, la que es un poco pegajosa, de la que no se es conciente, como un murmullo que por constante creemos que desaparece, esa de cuando las rutinas nos empiezan a hablar.

Un rumor en el estomago, algo por hacer siempre, siempre tenemos algo por hacer, no sea cuestión de que nos demos cuenta. La soledad esta llena de nosotros mismos.

Estar en esta isla no es malo. Es una isla a la deriva a la que de vez en cuando llega alguien. Ese alguien siempre es un espejo que nos muestra los cambios. Su isla no es mi isla y la mía no es la suya. La conjunción de las dos nos da un ámbito que para ambos es ajeno... y echamos de menos el nuestro.

Formar pareja fue siempre algo muy arduo. En esta tercera soledad no es nada. No lo estoy buscando, no ocupa ningún lugar. Ya casi he llegado al no deseo, ese es mi objetivo. Voy a ser feliz, suceda o no.

Esto sucede frente al espejo mientras me afeito, también en la deriva de la llegada nocturna entre los caprichos que satisfaré. Sucede alrededor de la cama donde no llego nunca, entre la ropa que no cuelgo y los platos que lavo de vez en cuando. Es parte de las cartas que escribo y es el costado amargo de cuando estoy contento. Con la presencia de la ausencia cohabito.

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