24 de febrero de 2007

Miramar

Desde la niñez hasta los veinte años veraneábamos con toda la familia en las playas de Miramar. Durante los buenos años del principio nos quedábamos con mamá y Geno toda la temporada, pero el país, los viejos más viejos, nosotros más independientes hicieron que se fuera acortando el tiempo de familia de descanso hasta solo un mes, el de enero.

Miramar eran los días de recién llegar, de limpiar la bici guardada todo el año y caminar hasta la bicicleteria a inflar las ruedas. ¡Que lejos me parecía todo si no tenia la bici! La trataba como un jinete a su caballo, era mi bici, diferente siempre de las otras, mi bici.

La casa olía a encierro a pesar de que los Puente, los caseros, la tuvieran ventilando días antes. La casa olía a ella misma. Ese olor que se mezclaba con los nuestros, los que traíamos y que cambiábamos a medida que crecíamos. Olor a sal que venia del mar pegada en la piel, a la humedad que subía por las paredes lentamente, año tras año; a la madera de las persianas verdes, al pasto del jardín recién cortado. Olor a las ciruelas cayendo maduras en el fondo, a la leña quemada del resto de los asados, a los abrazos interminables de Geno, a la hora de la cena saliendo de la cocina, a la noche que podíamos ver de frente y a sus estrellas, libres, libres al fin de lo encerrados que estábamos todo el año en el departamento.

El primer mar, las risas de todos corriendo a tocar el agua, la carpa de siempre donde dejábamos la ropa, los diarios, los juguetes y toda la vianda de comida que nos iría sosteniendo sin tener que ir al bar siempre fuera de presupuesto para familia de seis hermanos y papá de visita los fines de semana.

Si llegábamos los últimos de diciembre éramos los primeros de enero, las casas todavía vacías, la playa enorme pero pocos amigos, todo estaba en su lugar pero no era lo que queríamos, faltaban los demás que llegaban mientras comprábamos las medialunas de “La Capital”, esperábamos turno en la bicicleteria o nos iban tapando los ojos en la playa para que adivináramos quien, después de un año, los abrazos y los primeros baños.

Recordar todo esto me emociona. Hay una clara parte de lo que soy hoy que nació ahí. Vivo en un pueblo de verano, pero lo hago todo el año y soy yo ahora quien ve ir y venir a los turistas. Yo comprendo muy bien la cara de los que están por irse. A mi me hacia muy mal, muy mal volver a Buenos Aires. Dejar Miramar me partió el corazón cada vez y llegar al departamento después de un viaje de frenadas y nervios me lo volvía romper. El desconcierto que siento siempre nunca estuvo más presente que en esos momentos. Intenté hacerme adulto y comprender ese dolor de abandonar lo bueno pero no lo he logrado. Cuando veo a los chicos llorando por tener que dejar el paraíso del rió y el sol, les juro que lloraría con ellos porque yo tampoco entiendo el sacrificio de la ciudad y sus trabajos trampa.

Mis mejores recuerdos, los de la infinita infancia, están bañados de calor de piel, de juegos bajo un árbol, del primer amor de Dora y yo perdidos en la soledad de nosotros mismos llenos de arena y desnudos intentando entrar en el otro lo máximo posible. Mis hermanos viven para siempre en esos recuerdos y los viejos nunca estuvieron mas cerca que en esos días donde la playa nos juntaba sin que nos diéramos cuenta, observándonos de lejos mientras cada uno disfrutaba a su manera.

Será que estoy tan lejos. Será y ¿Por qué será que armé la vida tan lejos de todos? Se me aparecen los vientos como excusa, las hojas de los días que se amontonan en algunos rincones, la política, la economía, el deseo enorme de conocer el mundo. Me fui sin nunca mirar atrás contando con que lo dejado no desaparecería pero hoy el pasado se me deshace y la vida sigue su ciclo.

Al fin solo queda el viejo ciruelo del fondo, el que esta al lado de la parrilla, con su exacto momento para la dulzura… sin que se pueda evitar en algún segundo el ínfimo cabo se desprenderá y pase lo que pase habrá tierra para nosotros, en ese segundo me daré cuenta: solo fui una semilla, será tarde y me preguntaré ¿confundido una vez mas? si todo esto que he llamado vida habrá transcurrido apenas, tan a penas, entre la rama y el suelo.

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