14 de enero de 2007

Yo los llamo recuerdos

Valsain, amaneciendo entre la niebla, primavera y el viento mueve la hamaca en el balcón.

Me despertó algún sonido crujiente dentro, nada doloroso, crujiente como un pan francés encerrando especial de jamón y queso, el café con leche a la altura de la nariz en esa taza tan pesada, algo pasó que no puedo recordar, tal vez me llamó la atención la luz de la ventana en ese bar, en ese mediodía, un grupo de chicas amigas de mis hermanas volvían de hacer algo en su colegio a la vuelta de casa, era sábado pero ellas volvían del colegio y no sé porque las recuerdo de verde y mi viejo estaba con el Rubio que se reía, el acento, su risa, el bar que iba y venía, la cuadra que me separaba de casa, los seis pisos, la mañana de sábado, la compañía de mi viejo, estar solo con él, el sándwich, no sé, pero no dejo de recordar esa mañana, no dejo de recordarla.

Mientras, fumo y busco a tientas un cenicero con la luz del mechero, quiero seguir escribiendo, voy hasta la cocina y encuentro la tapa de un frasco que no he tirado, quien sabe, y que ahora me sirve, repito, a lo mejor, como esa tarde de lluvia, a lo mejor, que tendría, seis años, siete parado en la galería de mármol del La Salle, en penitencia de no sé que, todos en clase y la luz de la mañana desaparecida tras el vendaval. Tenía pantalones cortos y podía jugar a ver como movía las rodillas sin estas cicatrices. Las gotas caían con tanta fuerza que llegaban a mojarme y los truenos eran enormes, el cielo violeta, nadie cruzaba el patio y se iban juntando los que esperaban bajo la pequeña galería de las aulas de enfrente. Estaba nervioso, tenía miedo y movía las rodillas, ahora las muevo también, esta amaneciendo y las montañas aún nevadas se recortan apenas contra las nubes blancas como la nieve blanca de este cielo nublado de tantos años después.

Ella me decía “Alain Delon” y tenía los ojos mas azules que yo había visto nunca y se reía conmigo y yo me imaginaba guapo porque ella me lo decía y hasta llegué a darme cuenta que era así pero un día me olvidé.

De esos recuerdos habló, una específica tarde de verano en Miramar mientras acompañaba a Geno que dormía la siesta hasta que pasaba Mariposa y ella me pagaba una vuelta a la manzana o sonaba la campanita del heladero en bicicleta o nos íbamos al centro y jugábamos a los jueguitos, paseábamos por el bazar o me comía una porción de pizza de muzarrela que me la daban con servilletas cuadraras de un papel gris y duro, áspero por un lado y rígido y brillante del otro. Esas servilletas no servían para nada, la grasa seguía en los dedos y al querer limpiártela de la boca te la repartías por toda la cara. Habremos ido muchas veces pero yo recuerdo esa, y esa otra, agarrado de su mano, volviendo a casa, distinguido de mis hermanos por su mirada. Tanto estuve con Geno y lo que quedan son retazos, la estatua de la sirena verde de la plaza Martín Fierro, la baranda de las escaleras de piedra que eran como un tobogán que te lastimaba y llenaba los pantalones cortos de piedritas. Geno y Felipe son sus caras vistas desde el ombú, la calesita, la panadería, la casa de al lado media tapiada donde vivían gentes desconocidas y huidizas, las plantas enormes y descontroladas del jardín, las tostaditas de jamón que Geno ponía al fuego hasta que se hacía casi transparente, su cuarto, su cama donde dormíamos juntos, el baño verde del agua que no termina, los diarios enormes de Felipe, de nuevo la luz en la ventana, el silencio de la siesta, los cajones repletos de naipes y fichitas, estampas, cartas viejas, el aparador de la cocina-comedor que me guardan Ale y Norby, la cocina que era como un armario, el mantel de hule, sus caricias. Estuve tantas veces pero yo recuerdo estas.

¿Cómo recordaré esta mañana en que me levanté como a las cuatro y te llamé a la Argentina para contarte que te echaba de menos? Esta madrugada en que ya no me pude dormir y salí a cazar mariposas y se me vinieron estos cosos que yo llamo recuerdos pero que no lo son, serán como pieles que se nos han ido agregando y que con los años aprendemos a oler, no lo sé, pero ahí están tatuados y un día soltando el aroma avisan que van a volver.

La tapa del frasco tiene un plástico que la convierte en mal cenicero pero ya no me quedan mas cigarrillos y los caballos son empujados al campo para que aprendan a pastar una vez mas, como yo que saldré a buscar sillas hasta La Granja, trataré de llenar formularios pendientes, haré cuentas, repetiré las últimas noticias a quien las pregunte y no me daré cuenta de lo que está pasando a menos que me despierte la luz de un reflejo en la comisura de un cuento de uno de tus ojos que me mira y me esta amando.

1 comentario:

FOTOMENTARIO dijo...

Hola amigo. Siendo yo un solitario, te cuento, tenés la cualidad única de hacer que te extrañe. Quizá representes ese familiar que nunca he tenido, ese amigo en la familia que es más amigo real que famila.
En este momento estoy en mi trabajo, un montón de computadoras con una música contagiosa en el fondo, un lugar ameno, que ha sabido estimular mi vida, pero que ya es hora de mudar. Gracias por estas palabras que has escrito, con ellas pude sentir un poco lo que sentís. Me reviven lo que sentí recién cuando viajando a Luján de Cuyo en busca de unas fotos deportivas iba escuchando Pan e Imvisible de Spinetta. Momentos atemporales fuera de la vulgaridad de este mundo. Adrián Mariotti