14 de enero de 2007

Pero

¿Alguna vez vas a mirarme detrás de los cristales?

Sino,

¿Qué sería de las entrañas de lo amado, perdidas en el mensaje que no escuchamos, que nunca jamás escuchamos?

Abrazado a la melancolía de no encontrar la tecla y de estar envuelto, amanece fuera de mí.

Mi piel esta espejada, refleja nubes y tormentas en los lugares indicados, remolinos y huracanes, alguna que otra calma chicha, un bastón, una cigarrera, tres figuritas irlandesas para no oír, no ver y no hablar...

Después de cuarenta y dos años esos consejos se comprenden así:

Dejar de estar pendiente de los sonidos exteriores para escuchar la única voz que podremos usar.

Confirmar que lo que vemos es mucho menos real que lo imaginado.

Retener la opinión para darle tiempo a las hojas y a sus frutos.

Pero

¿Es que no vas a mirarme nunca más?

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